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En un gesto que le honra, el alcalde de Madrid y presidente en funciones de la Comunidad, Alberto Ruiz Gallardón, ha destituido a Fernando Bastarreche, director de una empresa pública, quien le había ocultado que tenía ciertas relaciones con personas vinculadas a la trama que ha impedido la formación de un gobierno de izquierdas en la Comunidad. Una decisión que no caído precisamente bien a buena parte de los dirigentes del Partido Popular, cuya estrategia desde el primer momento en el que estalló la crisis consiste en descargar toda la responsabilidad de la misma sobre el PSOE, descartando consecuentemente la posibilidad de abrir investigación alguna en sus propias filas.

Ruiz Gallardón, un hombre que desde hace años viene resultando algo «incómodo» en su partido, ha sabido sobreponer ahora la quiebra de confianza que ha supuesto la turbia actuación de Bastarreche, a los teóricos intereses de la fuerza política en la que milita. Es más que probable que ello le suponga un relativo retroceso en su carrera y en sus aspiraciones políticas justamente ahora, cuando parecían olvidadas antiguas disidencias y recuperada la consideración que merecía entre los miembros de la cúpula de su partido. Pero Ruiz Gallardón- un político más hábil de lo que le supone la mayoría - ha jugado bien sus cartas, ya que al destituir a Bastarreche, corona un doble objetivo: por un lado, aparece ante la opinión pública como alguien con las agallas suficientes como para nadar en contra de la corriente de su partido, y por otro, limpia su entorno, evitando que la posible podredumbre de la trama le salpique.

Sea como fuere, queda ahí ese gesto que tanto malestar ha causado entre los populares, pero que la ciudadanía puede llegar a agradecerle, en tanto acabe por ser útil para el esclarecimiento de lo ocurrido en la Asamblea de Madrid.