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La urbanización residencial de Cala Blava, creada en los años 50 como segunda residencia, destaca por su carácter recogido entre chalés, frondosos pinos e idílicos acantilados. Posee cuatro pequeñas calas a las que se llega a través de rústicas escaleras de marès.

Un transparente mar azul añil llena de espuma los roquedos desde los que se lanzan los más atrevidos, mientras los cauces secos de antiguos torrentes hacen las veces de solarium a las pequeñas playas que hienden este bello litoral.

Desde este enclave privilegiado, nada parece alterar cierta placidez olvidada en tantos lugares y que nos transporta a una Mallorca extinguida. De camino a Cala Blava y viniendo de s'Arenal nos encontramos en la misma orilla los restos de antiguas canteras que en su día mantuvieron una febril actividad humana. De las que salieron las piedras color ocre de algunos edificios religiosos de la costa de Llevant e incluso se dice que de la propia catedral.

Cala Mosques, el Caló de ses Lleonardes, el Caló Groc y el Caló de s'Almadrava constituyen el repertorio de rincones pintorescos que se suceden a lo largo de cerca de un kilómetro costero recorrido por senderos peatonales, plataformas de roca y una característica vegetación mediterránea.

Gabriel Alomar