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La solemnidad de la fe de un pueblo, escenificada en el drama sacro que relata el momento en que se recupera el cuerpo de Jesucristo de la cruz. Una joya del teatro medieval mallorquín, que un año más, se representó en la Catedral de Palma: El Davallament. La liturgia previa estuvo oficiada por el obispo de Mallorca, Teodoro Úbeda, quien vestido de rojo riguroso en recuerdo de la pasión de Cristo, afirmó: «El cuerpo crucificado de Jesucristo atrae a todos los hombres del mundo. Cristo es el salvador en los cinco continentes porque la fuerza de la cruz es la fuerza del amor de Dios».

Así destacó Teodoro Úbeda «el momento cumbre de la fe cristiana: la muerte y la resurrección del Señor». Asimismo, recordó a los numerosos fieles que se dieron cita ayer en la Catedral, la encíclica que sobre el sufrimiento en el ser humano dio el Papa, Juan Pablo II: «Cristo es la esperanza porque evidencia la luz que hay detrás del dolor». Durante la liturgia se oró por los goberantes «para que la paz y la libertad sean posibles en todo el mundo» y se pidió por los inmigrantes que, en nuestro país, se encuentran en situación de desigualdad.

De la misma manera, durante la misa del Viernes Santo se leyeron pasajes de Isaías, de la Carta a los Hebreos y del Evangelio de San Juan. También contó con la participación del coro de la Catedral. La imagen de Jesucristo crucificado estuvo cubierta por una tela hasta justo antes de la comunión, momento en que se descubrió la figura. Poco después dio comienzo la escenificación litúrgica del Davallament.

La imagen de la Madre de Dios, completamente de negro, con un paño blanco entre las manos. Al lado de la imagen de la Virgen dolorosa, se situó el banco destinado a los nobles de la sociedad mallorquina que ocupan un lugar destacado; son los Caballeros del Santo Sepulcro. Luego se colocaron dos escaleras, una a cada lado del travesaño de la cruz. Por cada una de ellas, subieron unos sacerdotes que sacaron los clavos de las manos de Jesucristo para, a continuación, pasar una tela blanca, por la espalda y, poco a poco, bajar la imagen del Señor.

Después se escenificó el momento en que se limpia el cuerpo de Cristo y empezó una procesión por el interior de la Seo. Dos estandartes la encabezaban, seguidas por la comitiva sacerdotal, entre la que se intercalan los caballeros, todos ellos ataviados con frac y portando cirios, descendientes de las familias que en el siglo XVI iniciaron esta tradición. La seguían la imagen de la Virgen María y el cuerpo de Jesús. Al final los fieles. Ya de vuelta en el altar, abundante incienso, que lo cubrió todo, y el cuerpo de Cristo que fue colocado en el sepulcro.