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El mismo día en que los escolares salen a la calle y realizan actividades para conocer en profundidad el sentido de la palabra paz, el panorama pre-bélico se van complicando por momentos. Mientras lo mismo la Administración Bush que nuestro esquivo presidente Aznar se citan con sus súbditos el miércoles próximo para ofrecer sus pruebas irrefutables contra Irak, ocho líderes mundiales -entre ellos el trío Blair-Aznar-Berlusconi- publican una carta en los medios de comunicación más importantes del mundo manifestando su apoyo incondicional al uso de la fuerza contra el dictador Sadam.

Es una postura que choca frontalmente con la que han adoptado Francia y Alemania, aunque no nos engañemos, a estos países tampoco les mueven precisamente los intereses pacifistas o solidarios. Nada más lejos. Mientras París se juega importantísimos intereses económicos en la zona, Schroeder se ve obligado a cumplir con las promesas electorales que le dieron la victoria recientemente con mensajes antibelicistas.

«No podemos permitir que un dictador viole sistemáticamente las resoluciones...», dicen los autores de la carta. En efecto, así debería ser si realmente la ONU fuera un organismo como se supone: efectivo, neutral, que sirve a la democracia y al desarrollo del mundo en su conjunto. Pero nada más lejos. El propio Ariel Sharon y cuantos le han precedido en el poder en Israel han violado una y otra vez no sólo las resoluciones de la ONU, sino los más elementales derechos humanos, de idéntica forma a los dictadores sudamericanos, africanos, árabes y asiáticos colocados en sus tronos a conveniencia de Estados Unidos y Europa. No perdamos el norte. En esta guerra hay mucho en juego y no son precisamente la paz mundial ni los derechos humanos.