TW
0

PEP ROIG - CAMARIÑAS

La noche anterior, tanto en Camariñas como Muxia todo el mundo había cenado a oscuras, porque en este lugar aún existen frecuentes apagones. Ayer al medio día tampoco había luz eléctrica, pero a las dos de la tarde casi todos los bares y restaurantes estaban repletos de gente, gente que hablaba en gallego. Los demás, los que hablan en mallorquín, o los andaluces de Chiclana, o tantos otros llegados de todas partes de España, estaban quitando chapapote, y entre estos los cien soldados desplazados desde Mallorca al mando del capitán Alcolea para colaborar en las duras labores de limpieza de la costa.

A los soldados de Artillería, Infantería e Intendencia con sede en la Isla los destinaron al Coito do Cuño, que recibe el nombre de una pequeña aldea con tan sólo dos casas habitadas. A los soldados les señalaron una tarea ingrata, la de rascar el chapapote que impregna las rocas de cantos rodados. Es importante, pero los resultados no son tan espectaculares como los que logran aquellos a quienes destinan a zonas de más cúmulo de brea.

En esa zona, aunque no hay temporal, la marea siempre está amenazante. La lenta cadencia de las olas permite prevenir el peligro. Las ves venir y luego levantarse como gigantes para después dejarse caer sobre las rocas, en una espectacular apoteosis que se repite eternamente. Pero los soldados, entre los que hay unas 15 mujeres, no están para la labor de mirar, sino que se afanan, paleta en mano, en quitar todo aquel veneno de muerte.

Los monos de los soldados y de otros militares y voluntarios, hasta 500, se tiñen de negro. Empiezan los mareos y hay que evacuar a dos chicas del grupo de voluntarios que trabaja al otro extremo. Mientras, los camiones se encabritan hasta casi lograr la vertical en su maniobra de cargar los grandes depósitos de brea que los soldados van llenando, mientras los que hablan gallego llenan los bares.