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Esta mañana he quedado con Pepe Ortas en «La Manuela», garito enseña del Madrid decimonónico: columnas crema entalladas, sillones de fieltro rojo, espejos en los cogotes. Aunque jamás antes le había visto, cuando entra por la puerta sé que es él: ademán despistado de artista, barba blanca y bigote amarillo en las comisuras, un ducados en la boca, gabardina negra, botas negras con tres mil capas de kanfort, saludo tímido con las cejas al camarero de la barra. Me levanto. Le hago así con la mano. Me ve. Camina encorvado hasta la mesa. Sé que es él. Hola, Pepe, le digo. Uep, com va, dice él.

A sus 72 años Pepe Ortas, nacido en Manacor, internado en un orfanato de Valladolid a los 11, exiliado adolescente en París, pintor de cierto éxito en su primera época francesa formando parte del grupo de Agustín Ibarrola y otros artistas contrarios a la dictadura de Franco, serigrafista revolucionario en mayo del 68, forma hoy parte de la compañía de guiñoles más antigua de Francia: la Guignoliste des Champs"Elysées, creada en 1818 por la familia Guentler.

«Desde hace casi 30 años me encargo de montar los decorados, pintar los teatrillos de teresetes y, junto al también español José Luis González, de dar vida a los guiñoles. Aunque no siempre estoy en París, la mayor parte del año vivo en Madrid, aquí, en el barrio de Malasaña, donde tengo mi taller de serigrafía, que es lo que me da de comer. Yo ya tengo edad de estar jubilado, pero estar parado no va conmigo», dice mientras deshace el papel que cubre la chocolatina que le han traído junto al café con leche.

Pepe tiene cuatro hijos y varios nietos, todos ellos en París. «Los niños no son tontos. Su reacción ante una representación de guiñoles en el parque es muy diferente a cuando están delante del televisor. La televisión no les deja interaccionar, hablar, opinar, los atrofia». Se emociona hablando de los niños, «el futuro». Reconoce que fuma compulsivamente desde los dieciséis, «hasta que los pulmones aguanten».