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La grúa del patio vecinal de Murta 14, esquina con Cirerer, es historia. A lo largo del día de ayer, intrépidos operarios, encaramados a ella, y ayudados de una grúa, si cabe, más potente, la desmontaron y retiraron ante la mirada de media docena de vecinos del inmueble que no daban crédito a lo que estaban viendo, pero que, efectivamente, estaba sucediendo; la grúa que por espacio de once meses ha estado ahí, casi como un elemento más del conjunto, iba a dejar de estar de un momento a otro.

«Cuando esta tarde venga mi marido del trabajo no le voy a decir nada, a ver si se da cuenta de que ya no está. Y es que estábamos tan acostumbrados a verla ahí que ni la mirábamos», comentaba una de las vecinas, que había terminado por sacar al patio sillas y bebidas para seguir más cómodamente la desaparición del artilugio que más de un día de viento, sobre todo cuando la pluma iba y venía por los aires haciendo chirriar oxidados engranajes, tuercas y muelles, les ponía el alma en vilo.

Todo comenzó a las nueve de la mañana de ayer, cuando el camión-grúa se asentó en la calle y ésta -la grúa- comenzó a crecer sobrepasando en altura a la del patio. Las tareas de desmonte se llevaron a cabo con cierta rapidez gracias a las manos expertas de los operarios, quienes, habiendo tomado todas las precauciones habidas y por haber, iban y venían sobre la pluma, colgada a más de veinte metros de altura, desaflojando tuercas y tirando de cables.

Tal vez lo más espectacular fuera el vaciado del contrapeso. Fue en un segundo. El hombre movió la palanca y, automáticamente, la panza de aquel paralelepípedo colgado se abrió vaciando una tonelada de gravilla sobre la que ya hay en el patio, «que ahora, sin grúa -decía el vecino- tendremos que arreglar». La peor parte se la llevó la colada de un vecino extendida al sol en su terraza, cuando al mover la grúa la pluma, de ésta cayó agua negruzca almacenada en vayan a saber qué rincones que puso perdida la ropa.