Las elecciones legislativas celebradas en Marruecos a finales del pasado mes han venido a corroborar el gran error que cometieron la mayoría de cancillerías europeas, empezando por la española, al suponer que la llegada al trono de Mohamed VI significaría el primer paso de la transición democrática en el país. El hecho de que el rey haya ignorado los resultados electorales y en lugar de nombrar primer ministro al líder de la lista más votada, como suele ser preceptivo en estos casos, haya optado por situar al frente del Ejecutivo a un hombre de su confianza, el hasta entonces ministro del Interior, Driss Jetu, un tecnócrata que no pertenece a ningún partido, pone sobradamente de relieve la escasa importancia que el monarca concede al juego democrático. En cuanto a las razones que le han llevado a actuar de forma tan arbitraria, algunos apuntan que el temor que siente el rey marroquí al ya constatado ascenso de los islamistas al amparo de la situación socioeconómica que vive el país, le habría aconsejado otorgar el poder a un tecnócrata teóricamente capaz de activar la economía y encauzar una amplia mejora social.
Editorial
El desconcertante Mohamed VI
31/10/02 0:00
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