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«La Perla nace, cada perla nace, cuando una gota de lluvia penetra en la ostra...». La Perla nace en el agua, la misma que refleja la perlada luz de la luna. Se encuentra en la concha cerrada como símbolo de la creatividad femenina, y así protege a las mujeres en su feminidad. Como objeto o triturada ha sido usada desde la antigüedad en múltiples prácticas medicinales, ginecológicas y también funerarias. Su perfección esférica sugiere la idea de centro y también de sublimación. «La perla de la corona»..., en referencia a lo mejor de un conjunto a su vez destacado sobre el resto.

Desde unos fondos fangosos nos llega con toda su perfección. Es tal su valor simbólico que su consideración origina la despreciativa frase de «no darles perlas a los cerdos», simplemente porque no las sabrán valorar. También se le niega a quienes no se hacen dignos de ella. La Perla es la verdad preciosa encerrada en una ostra; lo válido que surge de la oscuridad, el genio de la noche. Los dragones la protegen en el fondo de los abismos. Es el hombre esférico de Platón, la perfección de los orígenes y los fines del ser humano.

Es la piedra preciosa antes de todas las piedras, ya que no es de origen mineral; creada desde la vida, engendrada. La sensación de orden, unidad en esencia en la diversidad, belleza equilibrada, que ofrece un collar de perlas; y la angustia y desazón que se crean al contemplar el collar roto, desintegrado, esparcidas las perlas hacia todos los lugares del círculo, doloroso desconcierto. La atracción e inquietud que crea el collar; en su contemplación, lleva la idea y el temor a que se rompa y las perlas se esparzan, sensación de maleficio. Así un anillo con una perla tiene el sentido de consideración y prudencia.