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El asalto por parte de terroristas chechenos a un teatro de Moscú finalizó con un trágico balance, pese a que aún no han sido contabilizadas todas las víctimas mortales y a que el número puede seguir aumentando debido a los desconocidos efectos de un gas paralizante que fue utilizado de forma experimental por las fuerzas especiales de asalto rusas. Las autoridades del país, con su presidente Vladimir Putin a la cabeza, justifican el enorme número de víctimas aduciendo que habría sido mucho peor que los terroristas hubieran hecho estallar las cargas explosivas adosadas a sus cuerpos. Y puede que sea cierto que la tragedia habría sido mucho mayor en ese caso, o dejando que los terroristas chechenos iniciasen el macabro plan de decapitación de los rehenes. Sin embargo, lógico es que cuestionemos la eficacia de las fuerzas policiales rusas. Lógico es también que nos preguntemos si no existían otras opciones más respetuosas con la vida de los rehenes. Porque lo que ha quedado plenamente en evidencia es que Putin y el Gobierno ruso jamás negociarán con quienes considera terroristas. De este modo, la vía del diálogo para resolver esta crisis estaba cerrada desde el mismo comienzo.

Pero aún con el uso de la fuerza, existen otras vías y así se ha demostrado en otros casos en los que la policía de diferentes naciones ha tenido que intervenir para la liberación de rehenes secuestrados. Y ciertamente ha existido un riesgo evidente para la vida de los mismos, aunque lo cierto es que nunca se ha producido tamaña tragedia. Aunque lo cierto es que la culpa es de los terroristas y eso no es discutible, este caso siembra muy serias dudas sobre la capacidad rusa de hacer frente a situaciones de crisis dentro de unos límites de máximo respeto a la vida humana.