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Cuando desde muy distintos ámbitos se está hablando de la necesidad de cambiar, o poner al día, el modelo turístico de nuestras islas, procedería empezar a fijarse en aspectos que si bien no son primordiales, sí tienen la suficiente entidad como para influir en la imagen que el visitante se lleva de nuestra tierra. Al hilo de un reportaje publicado en nuestras páginas en la edición del pasado lunes, relativo a los recuerdos que los turistas encuentran en nuestras tiendas de souvenirs, propondríamos una reflexión que en ningún caso nos parece ociosa. Al fin y al cabo, y en cierta medida, quienes nos visitan se llevan de nosotros la imagen que les damos, o les queremos dar. Y en este sentido es de lamentar que contando Mallorca con una tradición de artesanía, sencilla y relevante, alabada en múltiples ocasiones por artistas e intelectuales, encontremos unas tiendas que las más de las veces se «especializan» en vender artículos que poco o nada tienen que ver con nuestras tradiciones. Desde muñecos impecablemente "es un decir" vestidos de flamencos, castañuelas, ranitas de la suerte, abanicos de dudoso gusto, a esos sombreros mejicanos de aberrante estética podemos hallar sin el menor esfuerzo en unos establecimientos que si bien en algunos casos también presentan muestras de nuestro quehacer popular, no se puede decir precisamente que los «promocionen». Aquí contamos con una magnífica artesanía del olivo, con unos siurells que están ya en la historia del arte, con una cerámica popular en absoluto desdeñable, entre otros muchos productos que hablan de nuestras raíces. Ya sabemos que ciertas cosas no se regulan por decreto. Nadie pretende que se prohíba la venta de artículos de discutible gusto que resultan postizos entre nosotros, pero sí debería alentarse con mayor fuerza el que nuestros visitantes tuvieran acceso a auténticos recuerdos de Mallorca. Quién sabe, a lo mejor hasta acabarían por gustarles.