Baños de luna llena sobre la arena seguidos de baños de pies y de cuerpos en el mar.

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Se podría decir que algunos "bastantes" se pasaron todo el día en la playa. Nos referimos a la de Ciutat Jardí "aunque ocurrió en muchas otras también", pues los hubo que empalmaron el día con la noche "la más corta del año" para, a medianoche, bañarse en el mar. Porque según se dice, quien hace eso en la noche de Sant Joan erradica cuanto mal espíritu hay a su alrededor, incluso los que lleva pegados a su epidermis.

Es lo que dice la tradición. Por eso, tras el baño de medianoche, muchos y muchas, alineados en fila, guardaron turno para que Mari, palpándoles el cuerpo, echara lejos de cada cual las malas vibraciones. Pero antes que eso, hubo cena. Unos la traían de casa, otros se la condimentaron sobre la arena. Unos cenaron sobre la toalla, otros montaron mesas y mantel. Unos sólo eran unos pocos, otros eran multitud. Porque, ¿cuánta gente podría haber anteanoche en Ciutat Jardí...? ¿2.000... 3.000? Por ahí, por ahí. Porque había que verlo. Si durante el día apenas cabían más toallas, de noche no fue sencillo encontrar muchos metros cuadrados de arena libres.

Tampoco fue problema la oscuridad. Aparte de las velas encendidas sobre la playa, algunas formando círculos, otras en cuadrado, estaban las farolas y la que llegaba desde los chiringuitos y casas próximas. ¡Y la de la luna! Luna llena. Luna redonda, brillante, cercana... Además, ¿qué más daba que no hubiera luz, o cuando menos luz suficiente? Al fin y al cabo, la dueña de la noche es la oscuridad, incluso en la de Sant Joan, en la que a medianoche en punto, como oímos decir al lado nuestro, y todos a una, fueron entrando en las cálidas aguas.