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Algunas grandes ciudades en todo el mundo, o ciudades históricas que gozan de un rico patrimonio, han adoptado desde hace años diversas medidas de restricción del tráfico para preservar las calles más céntricas de la contaminación, el ruido, la aglomeración y el caos que generan los coches. Esta semana Palma le ha ganado un poco más de terreno a los vehículos y lo ha hecho para disfrute del peatón, una figura casi olvidada durante décadas.

No hay que obviar que las ciudades antiguas se hicieron por y para las personas. Si acaso entraban en esas callejuelas estrechas caballos, burros y algún que otro carruaje. Por eso resulta incongruente la presencia masiva de coches circulando y buscando plaza de aparcamiento.

La apuesta del Ajuntament palmesano por ganarle metros de pavimento al coche es valiente, decidida y, aunque encontrará sin duda oposiciones y temores por parte de muchos, debe seguir adelante. A cualquiera le parecería un ultraje que los coches, por ejemplo, invadieran las tranquilas calles de Venecia. Y ése es el espíritu que debemos conservar. Quizá los comerciantes expongan su aprensión ante la posibilidad de que el nivel de ventas baje a medida que el centro histórico vaya peatonalizándose. Es natural, pero sin duda el encanto de las tiendas del centro seguirá atrayendo clientes, que deberán a su vez acostumbrarse a ver la calle a ras de suelo y a paso de caminante. También los vecinos podrán poner sus interrogantes ante la idea, pero las zonas de entrada, salida y aparcamiento para residentes estarán garantizadas.

No olvidemos que la apuesta a ultranza por la comodidad de estos últimos años ha convertido la ciudad en un infierno para el paseante y mucho más para quien pretende aparcar. Cambiar nunca es fácil pero, en este caso, es más que necesario.