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La sorprendente moratoria decidida en plan de urgencia por el Consell de Mallorca está generando "era de esperar" todo un aluvión de reacciones, tanto protestas como muestras de satisfacción. Lo que está más que claro es que el actual ritmo de crecimiento, que comenzó hace apenas un lustro, no puede mantenerse in eternis en un territorio como el nuestro, limitado al máximo, o sea, que se hace imprescindible una legislación definitiva que establezca cuánta población puede soportar Mallorca y cómo conseguir cumplirla. La presidenta de la institución, Maria Antònia Munar, lo manifestó ayer de forma cristalina con una idea gráfica: ¿Queremos convertirnos en un Hong Kong?

La respuesta, obviamente, es no. Un no rotundo que debe llevarnos a reflexionar, a todos, sobre qué modelo de isla queremos y necesitamos. Cierto que el parón de la construcción "si es que llega a producirse, pues aún quedan licencias como para edificar hasta 2004 y quizá entonces otro gobierno de otro color político opte por otro modelo de crecimiento" perjudicará de forma directa a todo un sector que es motor del resto de la economía.

Y ese perjuicio provocará a su vez, aunque no de forma inmediata, un incremento del desempleo, una pérdida de oportunidades para los inmigrantes que trabajan en el sector de la construcción de forma mayoritaria y, quizás, consecuentemente, aparezca un riesgo claro de marginación y exclusión social de este segmento de la población, el más vulnerable. Son problemas que lógicamente nos preocupan y que deben encararse con profundo sentido de la responsabilidad, pero debemos preguntarnos si no será una peor solución permitir que las cosas sigan igual. Un crecimiento descontrolado, consumiendo más y más territorio, y provocando un aumento exagerado de población, nos llevará a nuestra propia destrucción. Habrá que elegir.