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Hace más de cincuenta años que comenzó el proceso que condujo con el tiempo a la Unión Europea y hoy se conmemora en todo el continente esta efeméride, propensa a la reflexión y, por ende, a la reivindicación. Ayer mismo el president balear, Francesc Antich, ya celebró el aniversario con un acto institucional en el que reclamó atención para las regiones insulares y también para las colectividades con idioma propio. Sin duda, son estos dos los principales ejes sobre los que deben apoyarse las reclamaciones baleares, aunque tampoco pueden dejarse de lado algunos aspectos más relacionados con lo social, como el peso de la inmigración y la exigencia de una calidad de vida similar a la que disfrutan los Estados más avanzados de la Unión.

De hecho, dentro de pocos años "la fecha prevista inicialmente es 2007" la UE se ampliará hacia el Este, lo que tendrá muchas y graves implicaciones para los Estados miembros en la actualidad. Especialmente para los países menos desarrollados, como el nuestro, que recibe grandes cantidades de dinero en forma de ayudas a la modernización, y que en adelante tendrá que compartir con los nuevos miembros, algunos también pobres.

Balears queda así a expensas de lo que pueda negociar España desde el Gobierno de Madrid. En esta Europa que también pretende ser la de los pueblos no estaría de más exigir voz propia en las instituciones de Bruselas, pues nadie mejor que uno mismo conoce y defiende sus posiciones. En estas circunstancias, tiene razón Antich al denunciar las tendencias excesivamente centralistas del Gobierno español, que cataloga a nuestra comunidad con el sambenito de «rica» "de hecho aporta mucho más de lo que recibe" y nos cierra la posibilidad de pelear por los derechos que nos corresponden por ser un territorio insular.