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Durante el último medio siglo la ciudad de Palma ha experimentado en su fisonomía y ambiente una alteración radical. Esta evolución, incentivada por el turismo de masas, ha afectado sobre todo a la fachada marítima, por donde discurre el Passeig Marítim. La costa del Terreno, que hasta los años 50 mantuvo su estado natural, entre rocas, caletas, cuevas y pequeñas playas, ofrece hoy un aspecto irreconocible a partir de las imágenes de antaño. Sus señoriales villas entre jardines y pinedas, han dado paso a un abigarrado muro de cemento formado por una sucesión de enormes bloques de apartamentos.

Todas las ciudades han experimentado a lo largo del siglo XX una notable transformación en su faceta urbanística y arquitectónica. Las guerras por una parte y la especulación inmobiliaria por otra, han transformado lo que durante siglos había permanecido apenas inalterado. Palma no ha sido un caso aparte en este sentido, sino en cierto modo y en determinadas zonas su paradigma, ya que si bien no ha sufrido a lo largo de su historia las terribles destrucciones bélicas de algunas ciudades europeas, se ha erigido como un ejemplo característico de una mal interpretada modernidad, basada durante décadas en el desarrollismo sin planificación previa, en aras del negocio turístico e inmobiliario. Por fortuna, el casco antiguo se ha mantenido casi intacto, pero no ha ocurrido lo mismo con una ribera que en el pasado inspiró por su belleza a numerosos artistas.

La construcción entre 1950 y 1958 de la denominada «carretera de enlace», con fines militares, entre el futuro Dique del Oeste y los muelles comerciales y realizada por el ingeniero Gabriel Roca, determinó el punto de inflexión entre la Palma antigua y la moderna. Entre el Jonquet y Portopí desapareció bajo el asfalto un litoral de gran valor paisajístico que, desde la segunda mitad del siglo XIX, constituía la costa del Terreno. Todo un balcón arquitectónico perfectamente integrado en el entorno.

Sus románticas villas, desaparecidas al carecer de una merecida catalogación, formaban dispuestas en magnífico anfiteatro un conjunto urbano sin parangón en el Mediterráneo, del que restan algunos ejemplos hoy día diseminados entre los desproporcionados edificios de dieciocho plantas levantados entre los años 60 y 90. Donde se erigen ahora sus mastodónticas fachadas se sucedían recoletos rincones frecuentados por los vecinos de Palma y el Terreno, en lugares de nostálgico recuerdo, rodeados de aguas cristalinas y aves marinas.

50 años de radical desarrollo urbano
En 1951 empezó a gestarse la mayor transformación urbana en la historia del litoral de Palma. La ampliación del recinto portuario determinó la construcción de una via para unir los muelles comerciales con la nueva dársena de Poniente. La obra ocupó toda la costa desde el Jonquet, donde se habilitó la explanada de Santo Domingo de la Calzada hasta Portopí, cuya cala se había transformado en base naval. Entre ambos puntos discurría un impresionante litoral festoneado de villas modernistas, hoteles Belle Epoque, caletas entre pinos, pequeñas cuevas marinas y ensenadas de gran valor paisajístico. Aquella costa desapareció con el movimiento de tierras que supuso la obra del Passeig Marítim y su patrimonio arquitectónico después, al ritmo del crecimiento económico y la especulación urbana. Ha sido el precio a pagar en nombre de un desarrollismo sin fin.