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Se ha producido en Barcelona un terrible caso de supuestos malos tratos a un niño de tres años que ha conmocionado al país. La noticia estaba en todos los noticieros, siempre con el velo de frialdad que exige la información pura y dura. Durísima, porque horas después de la hospitalización del niño se conocía un parte médico aterrador: desde fracturas en varios huesos hasta heridas profundas, pasando por mordiscos y erosiones repartidas por todo el cuerpo. Y todo sobre el frágil y pequeño organismo de un niño de tres años. La situación resulta de por sí inconcebible para cualquier persona de bien, pero mucho más que ante una evidencia tan clara el juez encargado del caso tenga que cavilar antes de decidir si pone en libertad a la madre del pequeño y a su compañero sentimental o bien les envía a prisión.

En un país como el nuestro en demasiadas ocasiones la ciudadanía tiene la impresión de que los juzgados y comisarías son lugares con puerta de entrada y salida inmediata para delincuentes que nunca acaban en la cárcel.

Quizá la Justicia sea así y el sistema judicial sea el correcto, pero lo cierto es que a los ojos del ciudadano de a pie los jueces se toman con demasiada ligereza asuntos que a todos nos estremecen. El caso de este niño, apaleado, mordido, agredido y vejado por su propia madre; el de la niña de San Fernando, asesinada por sus propias compañeras de clase sin motivo alguno; el del chico de la catana, que mató con la espada a sus padres y a su hermana como si fuera un personaje de cómic... En fin, tal vez sea que la creciente proliferación de programas de televisión dedicados a las crónicas de sucesos nos han sensibilizado demasiado, pero en cualquier caso la seguridad y el bienestar de un niño debería estar siempre, siempre, por encima de todo.