Los indios del Gabriel Alzamora, sean de la tribu que sean, no le temen al mal tiempo. Foto: J.A./T.P/J.M.

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Martes de Carnaval. La lluvia se volvió a cebar con los más pequeños. Sí, fue un día de ruetes y rues pasadas por agua. O lo que es lo mismo: la ilusión y el esfuerzo que a lo largo de un mes han sido el motor de todo este montaje, casi se va al traste. Pero, ¡qué le vamos a hacer!

En el Col·legi Gabriel Alzamora a las once de la mañana en punto. Cielo nublado. Se abre el gran portón, y aparece el cortejo entre pitidos de silbato y mucha bulla. Primero los más pequeños, disfrazados de indio, y a partir de ahí, los demás. El director del centro, disfrazado de viejo, va en el grupo de cabeza, dirigiendo. Tuercen a la derecha y se encaminan por las Avenidas. La gente se queda mirando aquella especie de serpiente multicolor, flanqueada por una hilera de padres, algunos con cámaras fotográficas, algunos con cámaras de vídeo. Normal. ¿Qué padre se quiere perder una cosa así?

Los disfraces, casi en su totalidad, son artesanales, o sea, no comprados en tiendas. Cada curso ha elegido un motivo, y los padres y los profesores han contribuido en su elaboración. «Los pequeños son los que más se disfrazan "dice el director"; a los mayores nos cuesta más convencerlos». En total, la rueta estará integrada por unos trescientos felices niños a quienes, cuando están a punto de concluir el desfile, les empieza a llover. De ahí que la fiesta concluya en el interior del centro, que es donde tendrá lugar el concurso, cuyos premios se darán a conocer más adelante.