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En modos y maneras y también en designaciones iniciales para altos cargos de personas que, obviamente, no parecen adecuados para ellos, el nuevo presidente de los Estados Unidos, George W.Bush, recuerda algo a su padre y, lo que resulta aún más preocupante, al patrón de su padre, el nunca añorado Ronald Reagan. Por descontado que el joven Bush merece a estas alturas un razonable margen de confianza, no obstante es justo reconocer que sus primeras decisiones no contribuyen precisamente a alimentar optimismo alguno. Su anuncio de rebajar los impuestos "así en general" por valor de unos 229 billones de pesetas, asusta; especialmente si tenemos en cuenta que todavía no se sabe con exactitud qué impuestos serán los que bajarán y quiénes se beneficiarán de ello. Dado el talante de Bush, no es preciso ser muy suspicaz para colegir que las clases acomodadas podrían ser las que saldrían ganando en una jugada "recordemos una maniobra parecida llevada a cabo por Reagan" que tarde o temprano es susceptible de acabar llevando al país a una situación de desequilibrio. Y en una segunda decisión, aún más polémica, el recién estrenado presidente se ha encargado de levantar la protección a la que se acogían unos espacios naturales, en Alaska y otros Estados, que no tardarán en ser objetivo principal de la voracidad de las compañías petroleras, algunas de las cuales, por cierto, no son ajenas a los intereses de la familia Bush. Tales indicios permitirían prefigurar un panorama definitivamente desalentador desde una perspectiva progresista, si no fuera porque el estado de cosas de un Congreso dividido en dos mitades casi iguales contribuirá lo suyo a frenar las ambiciones republicanas. Sea como fuere, los primeros tiempos de la presidencia de Bush van a ser inevitablemente juzgados desde una óptica esencialmente económica. Pensemos que Bush sucede a un Clinton que en su doble mandato ha capitaneado el más dilatado período de expansión económica de la historia de Norteamérica. Por descontado que no todo es mérito suyo, sin embargo no se puede dejar de tener en cuenta que el presidente saliente heredó de Bush padre el mayor déficit presupuestario que jamás ha presentado el coloso americano. Entre récords anda el juego y habrá que esperar para ver lo que ocurre, por más que los indicios, insistimos, no sean particularmente alentadores.