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Un accidente la dejó coja a los 36 años. Una enfermedad que hasta la vejez no le impidió moverse a su aire. Cuando su hija tenía dos años, emigró junto a su marido y su cuñado a Francia, donde pronto consiguió abrir un almacén de frutas. Al estallar la II Guerra Mundial, decidieron regresar a España y probar suerte con un nuevo proyecto. Un negocio de transporte les ofreció a ella y a su familia una estabilidad económica, que ni la Guerra Civil ni el franquismo pudieron derrocar.

Desde su pequeño cuarto de la residencia, en la que confiesa sentirse muy bien cuidada, doña Margarita recuerda los años vividos. Años que valora positivamente, «la verdad es que no me puedo quejar porque la vida me ha tratado bien, a mí todo me va bien», declara con un conformismo evidente.

En una entrevista que publica hoy íntegramente Ultima Hora en su edición de papel Margarita Riera afirma que «todos mis recuerdos son buenos. Las cosas han cambiado mucho, pero a mí todo me va bien. La verdad es que no me puedo quejar porque la vida me ha tratado bien».