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Sabía que sucedería. Que el año 2001 no se estrenaría con los fastos que se le dedicaron al fenecido 2000. Se gastaron los dineros, la ilusión y los esfuerzos imaginativos para recibir el nuevo siglo y han dejado a los que piensan que el siglo comenzó ayer con las ganas de recibirle como Dios manda. Y es que aquí no manda Dios sino la sociedad de consumo.

La bienvenida al siglo XXI y al nuevo milenio se celebró sin ofertas arriesgadas. Tan solo TV1 pagó los cachés de los artistas. Sobre esta puesta en escena, las otras cadenas decidieron no contraprogramar. Con una modestia casi aldeana, las diferentes cadenas ofrecían actuaciones repetidas por enlatadas pero con aires de cotillón y de buena nueva, mientras despachaban productos congelados en el tiempo en bandejas con los colores y guiños seductivos de la Navidad.

Quizá las casas discográficas no pusieron mucho de su parte y no sacaron a la luz las novedades previstas en otros tiempos, quizá esos programas grabados dos meses antes de la última noche les obligaron a repetir momentos estelares de los que se emitieron en verano y tres años atrás "por lo de estelares, pocos eran los momentos a recordar" y nos devolvieron aromas de bronceador. Los ritmos latinos provocaban los contoneos de caderas en los chicos yoghourt con poca voz y la oferta folclórica se moderó con acierto. Frágil fue el espejo de la oferta televisiva en un país que ensalza con rúbricas paganas a dioses con pies de barro.