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El último día del siglo XIX, Ultima Hora publicaba en su Editorial: «Con este año termina también el siglo XIX, fecundo en grandes adelantos y pródigo en inventos portentosos, pero también amargado por calamidades y catástrofes sociales que han azotado a la humanidad». Estas palabras bien nos valdrían hoy mismo para despedir el siglo XX, un siglo de luces y sombras, un siglo que ha registrado enormes avances tecnológicos y sueños como el viaje a la Luna o crear una vivienda permanente en el espacio como la Estación Espacial Internacional. Incluso se ha puesto en marcha la mayor red de comunicaciones jamás pensada, con teléfonos móviles o Internet. Y registramos además importantes avances científicos como el descubrimiento de la penicilina o el más reciente desciframiento del mapa genético humano. Pero tampoco podemos olvidar que a nuestras espaldas quedan la guerra civil española y las dos grandes guerras mundiales, con todas las calamidades que conllevaron y con la consecuencia final de un mundo cada vez más global. Especialmente después de que cayeran los muros y las barreras de los países del Este, en los que tras 1945 se implantaron regímenes comunistas. Otros conflictos que permanecen aún latentes, como el de palestinos e israelíes o la perenne miseria y hambruna de Etiopía y Eritrea, por poner sólo dos ejemplos. Y surgen otros puntuales en los lugares más diversos, desde Sierra Leona a Bosnia o Kosovo. Y evidentemente, las desigualdades entre unos países y otros son todavía inmensas, frente a la riqueza de las potencias y los países occidentales, existe una pobreza que aún clama al cielo en los países del Tercer Mundo. Con el nuevo año se abre un nuevo siglo y el tercer milenio de la era cristiana, y la esperanza debería ponerse en eliminar esta injusticia y en acabar con los conflictos armados de forma definitiva.