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No vamos a entrar en detalles del pasado de Alejandra, sino que vamos a situarnos al hoy. Alejandra, cuya madre y hermana viven en Palma, donde ella ha vivido también durante muchos años, es, a causa de una lesión de la columna, tetrapléjica desde hace cinco. Por una serie de circunstancias, al no poder ser atendida debidamente en Palma, fue trasladada a un centro de Vitoria del que salió hace unos días «porque hubo un complot contra mí, ya que yo era la única que me enteraba de lo que pasaba allí, cosa que no interesaba».

Salió de Vitoria, pasó por Madrid, donde una tía le dijo que lo mejor sería que volviera a Palma. Su padre, un médico que vive en Córdoba, también le aconsejó más o menos lo mismo. Pero en Palma nadie fue a recibirla al aeropuerto. «Mi familia materna nada quiere saber de mí. Incluso mi madre ha cambiado el teléfono para que no la llame».

La fortuna le puso delante a Ramón. La azafata de Iberia, que la había acompañado en la silla desde el avión a la terminal, y que le había dejado la mantita sobre sus rodillas, se la confió a él... que sólo se había acercado a ella para darle fuego. Y Ramón, buen chico, bombero y montañero, pero sobre todo con un corazón que no le cabe en el cuerpo, sin saber qué hacer con ella se la llevó con él.

En la mañana de ayer, en pocas palabras, Ramón me resume la historia más reciente de esta mujer, que se remonta a principios de la pasada semana, «que fue cuando la conocí, y desde entonces sigo con ella, porque si la dejo, ¿qué podrá hacer, si no se puede mover, si no se puede cambiar el pañal, ni vaciar la bolsa conectada a la sonda? Y lo malo es que viéndola así, tumbada dentro de la tienda de campaña, muchos pueden pensar que es una indigente, cuando, repito, no es más que una mujer con problemas físicos y completamente desasistida. No es una enferma; ella come sola, habla, razona, pero como su vida va de la silla de ruedas a la cama, y viceversa, alguien tiene que ayudarla a desplazarse, y que si lleva puesto un pañal, ya que no puede controlar sus necesidades, alguien tiene que cambiárselo. ¡Y nada más!». «Yo, lo único que pido "dice Alejandra, tras haber sido sentada por Ramón en su silla de ruedas" es que me alquilen aunque sea un garaje donde pueda meterme y tener a alguien que me pueda ayudar a mantenerme higiénicamente».

A lo largo de estos días, Ramón la ha llevado a Son Dureta «donde la médico me dijo que esto no es una cuestión de urgencias, sino de asistencia social; sin más, toma la decisión de aparcarla en un lugar con un fluorescente más propio de un tanatorio que de una sala de espera. Al día siguiente, sábado, la trasladan a San Juan de Dios, donde le dicen que hasta el lunes no la podrá ver el médico que la va a llevar, por lo tanto, y hasta entonces, no se podrá tomar ninguna decisión. Y el lunes deciden darle de alta. Y aquí estamos».