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Está ocurriendo lo que era de esperar: que en el sentir de muchos queda claro que las grandes instituciones económicas internacionales, principalmente el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) son los responsables de mantener y propagar la pobreza en el mundo. Ello se halla tras las masivas protestas -impensables tan sólo unos pocos años atrás- que están teniendo lugar en Praga con motivo de la celebración de la 55 asamblea anual de ambos organismos. La batalla popular contra la mundialización empezó tiempo atrás; y lo hizo siguiendo unos postulados que hubieran sido perfectamente reconocibles hace unas décadas. Básicamente, quienes se manifiestan están en contra de la desigualdad, de una economía pancista e hipócrita que no alivia la miseria de una mayoría de países, de un sistema que ha probado sobradamente su incapacidad para hacer frente a los problemas que hoy padece el planeta. ¿Otro Mayo del 68? No. Simplemente un Mayo de siempre. Una vieja guerra contra un capitalismo tan torpe como estéril, incapaz de encontrar soluciones para el hambre del mundo. Siete millones de niños mueren cada año en los países más afectados por el aumento de la deuda externa. Y éste, por sí solo, debiera ser un argumento lo suficientemente rotundo como para convertir en ociosos todos los demás. El mundo rico no puede permitirse el espectáculo de la miseria de los más pobres. Entre otras razones porque esa pobreza tiene su origen en la falta de voluntad política de plantear una lucha integral contra ella. En el panorama de hoy en día no quedan resquicios para las falsas excusas. Si una tercera parte de la Humanidad vive en concidiones precarias es, pura y simplemente porque las otras dos terceras partes así lo quieren o, cuando menos, lo consienten. Y contra ese inaceptable destino es contra el que luchan quienes una y otra vez se manifiestan. El éxito de su empresa está por ver. Las razones que les asisten resultan indiscutibles.