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Como todo en este mundo, el rebombori producido el año pasado por el temible eclipse, pregonero de nefastos augurios, se ha difuminado. Alguien dijo que en París iba a suceder algo gordo. De momento, la torre Eiffel sigue en su sitio oteando el horizonte, por desgracia a final del mes de julio salpicada por un Concorde en llamas.

Aquí en Mallorca, entre ecotasas, Son Reus, crímenes pasionales, ruidos, accidentes y calores algunos ciudadanos seguimos aferrados a nuestras tradiciones. La romería de Sant Bernat al Monestir de la Real es una de ellas. En agosto, los mallorquines solemos decir Santa Margalida l'encén, Sant Bernat l'apaga. Que Santa Margalida haya «encendido» los calores creo que estamos todos de acuerdo. Respecto a Sant Bernat, sería conveniente rogarle que no se pase cuando «apague» lo que Santa Margalida «encendió». En Mallorca estamos sufriendo una de las sequías más intensas de los últimos años. La tierra está reseca y sedienta. El Gorg Blau y Cúber dan pena. Las carpas miran al cielo, pidiendo agua para sobrevivir. Las aguas del mar están muy calientes; y ya se sabe, con estos ingredientes la gota fría asoma en la esquina, dejando los temibles fiblons aparte.

Según datos históricos, cuando el rey en Jaume puso sitio a la Ciudad de Mallorca dispuso que en este lugar se asentara el campamento para asalto y conquista de la ciudad, quedándose con el nombre de la Real. Una vez terminada la reconquista y repartida la Isla entre sus Nobles Caballeros, tocó al Noble Señor don Nunó Sanç los terrenos de la Real, entre otras posesiones y villas. Las fiestas de Sant Bernat ya se celebraban en el año 1241, y en 1441 los molineros lo eligieron patrono. Actualmente, numerosos romeros y autoridades se concentran en la plaza de Cort para recorrer a pie los kilómetros que separan la Sala del Monestir.