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Señoras, señores, la guerra está servida. Unas y otras ya llevan las pinturas puestas. Sólo falta el encontronazo definitivo. Y entonces, ¿qué? ¿Será cuando llegarán las soluciones drásticas? Me estoy refiriendo, claro está, a la guerra entre prostitutas y travestis españoles y prostitutas africanas, llegadas a la Isla con sus macarras hace tres meses, y que se han asentado en el barrio chino y alrededores, tanto como las Avenidas, sembrando de preservativos y kleenex usados todas las aceras y organizando cada follón nocturno que para qué les cuento. El vecindario, lógicamente, está, no sólo alarmado por el cariz que está tomando la cosa sino harto también de ver que sus denuncias a Cort están cayendo en saco roto.

Manoli es un travesti a quien conozco hace bastantes años, que hace la carrera de forma discreta en una calle entre la de Socors y las Avenidas, y que no tienen ningún reparo en no sólo dar su nombre sino también en dejarse fotografiar. Nos muestras sus brazos, hombros, frente y tobillo donde quedan huellas de los golpes que recibió la otra noche por parte de algunos policías locales cuando «según ellos me detuvieron por resistirme a la autoridad, cuando yo lo único que pedí es que identificaran a las prostitutas africanas y les pidieran los papeles. Sin más, me golpearon, me metieron de mala manera en el furgón y me dejaron encerrada en comisaría durante doce horas».

A Manoli la acompaña otro travesti que pide discreción "«pues mi familia no sabe que me dedico a esto», nos alerta". Ambas señalan que la calle, «desde que llegaron ellas con sus chulos ya no es lo que era. Se ponen en la entrada de la calle, paran los coches, se meten en ellos y les roban la cartera, o lo que pillen, a sus dueños. Cuando alguna de nosotras trata de afearles su conducta, o de decirles que se vayan a trabajar a otros sitios, sacan el espray y nos lo echan a la cara, haciendo que nos pongamos a llorar». Dice Manoli que en los años que lleva en esto jamás había ocurrido lo que en éste.