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Desde la dirección de Naciones Unidas se ha decidido ahora impulsar con carácter de urgencia un aspecto concreto del más amplio programa para el sida (Onusida), en particular el que persigue un abaratamiento en el precio de los fármacos hoy día empleados para combatir con relativa eficacia la enfermedad. La ONU está negociando con cinco grandes multinacionales farmacéuticas la posibilidad de importantes reducciones en el precio de la medicación antisida especialmente en los países más pobres. Algo que se hace de todo punto de vista necesario, si atendemos a la extraordinaria diferencia existente entre las estadísticas que se manejan sobre la enfermedad de unos a otros países. Así, mientras en el mundo rico los índices de mortalidad debidos al sida se han reducido en un 80%, en el mundo subdesarrollado dicha enfermedad continúa diezmando la población. Juzgan los expertos que las reducciones en los precios deberían alcanzar el 70%, y aún más, si se pretende realmente una amplia difusión de los modernos tratamientos. Pesa sobre la evolución y desarrollo de la epidemia del sida la constante sospecha de que no se está haciendo todo lo que se podría para comatizarla, admitidos los fantásticos medios que los avances de la ciencia ponen hoy a disposición de los gobiernos y las grandes industrias farmacéuticas. Juzgan algunos que, por ejemplo, en lo tocante a una vacuna eficaz contra la enfermedad, no se ha progresado suficientemente por cuestiones económicas; hablando en plata, la vacuna debería venderse especialmente a los países pobres, y éstos no disponen de dinero para pagarla. Sea como fuere, vemos con buenos ojos esta ofensiva de la ONU encaminada a facilitar la lucha contra la enfermedad en los países más necesitados y más azotados por ella. Y estamos de acuerdo con quienes afirman que mientras existan países como Namibia o Zimbabue, en donde las cifras de contagio del sida alcanzan el 25% de la población, resultarán inadmisibles todas cuantas reticencias puedan plantear las multinacionales farmacéuticas.