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La cara lívida del primer edil a 30 metros de altura, sobre una escalera articulada, era todo un poema. Completamente uniformado, Joan Fageda pasó ayer 24 horas con los bomberos para vivir de cerca un día normal en su trabajo y se implicó de tal manera que participó en cada una de las tareas diarias, incluso en las salidas de emergencia. La jornada atípica del alcalde de Palma empezó a las siete de la mañana en el parque central de Son Castelló. Al madrugón le siguió, una hora después, asistir a la lista de los treinta funcionarios de guardia de aquel turno. El responsable de Cort escuchó su nombre como uno más y de ahí pasó a la revisión de los vehículos. Los camiones y los todoterrenos deben estar siempre a punto, dispuestos para cualquier imprevisto. A las nueve y media Fageda se permitió, al igual que sus nuevos compañeros, un respiro y disfrutó de un frugal desayuno, entre bromas y en un ambiente distendido.

Sin embargo, ni su condición de primer edil le libró de la tradicional «novatada». El estruendo de un petardo sobresaltó al alcalde, que encajó bien la guasa: «Tengo que intentar pasar desapercibido, ser un bombero más», comentó luego. A las diez asistió a unas maniobras de rescate en coches destrozados y mostró vivo interés por las técnicas utilizadas en este tipo de actuaciones, en la que el Cos de Bombers invierte casi más tiempo que en la extinción de incendios.

Poco después una alarma por un autobús en llamas en la autopista subió la adrenalina del primer edil. «Me han amonestado porque no llevaba el casco, pero pensaba que lo encontraría en el camión», explicó. Cuando llegó al punto kilométrico de la emergencia se trataba de una falsa alarma y regresó al parque «sin estrenarse». Pero las emociones fuertes estaban por llegar; a eso del mediodía Fageda, embutido en el traje azul de los bomberos, se armó de valor y se subió a la grúa de una autoescala, utilizada para arrojar agua desde grandes alturas. En el cesto le acompañaba un bombero y ambos emprendieron la ascensión con distinto semblante. Su rostro, al llegar a los treinta metros, era todo un poema. No obstante, el responsable municipal aguantó el «tirón» y mostró vivo interés por el funcionamiento de aquel sistema, por el que Cort pagó 70.000.000 de pesetas.