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El veintiuno de abril de 1956, dos días después de su boda, los Príncipes de Mónaco llegaron a la bahía de Pollença a bordo del yate «Deo Jovente» para pasar su luna de miel. El mundo entero estaba pendiente de Formentor. Miles de palabras se cursaron desde Mallorca a las más importantes agencias y publicaciones del mundo. Los príncipes desembarcaron en la noche del veintitrés de abril para acudir a la cena que el presidente del club náutico de Formentor, Enrique Garriga, les ofrecía en homenaje. Se cuenta que en la ponderada mirada de SA Rainiero había un gesto de comprensión por la emoción que su presencia suponía entre los invitados al evento. Y es que la llegada de los príncipes suponía la proclamación ante el mundo entero de la supremacía turística y del atractivo de Formentor y Mallorca. Aquella noche SS AA Serenísimas Rainiero y Gracia de Mónaco expresaron sus deseos de presenciar una corrida de toros. Enrique Garriga se puso de acuerdo con el propietario del Coliseo Balear, Pedro Balañá, que la organizó para la semana siguiente. El veintisiete, los Príncipes de Mónaco salieron rumbo a Palma a bordo del «Deo Jovente». Recorrieron en coche la ciudad continuando la excursión por Cala Major y las cuestas de la Bonanova contemplando el aspecto que ofrecía la ciudad y el puerto. De allí regresaron al yate a descansar. Al día siguiente, el comandante del yate Yves Caruso, acompañado del cónsul de Mónaco, el conde de Ribas, visitaron a nuestras primeras autoridades. El domingo por la mañana Grace y Rainiero acompañaron al conde de Ribas a oír misa a la iglesia de San Jaime y por la noche celebraron en Capitanía General la anunciada cena de gala que les fue ofrecida por nuestra primera autoridad militar, el capitán general Castejón. El jueves tres de mayo, Rainiero y Grace abandonaron la Isla. Muchos mallorquines presumieron de haber alquilado coches para acudir a Formentor y comprobar que eran de carne y hueso.