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Desde que el problema del abastecimiento de agua a Palma y otras localidades mallorquinas se ha visto agravado por la falta de lluvias, estamos asistiendo a un lamentable espectáculo entre los diversos poderes que se disputan la gestión del líquido elemento. La empresa municipal que en la actualidad gestiona el agua de Palma, EMAYA, ha rechazado cualquier intento por parte del Govern de centralizar el asunto y pide, para ceder los embalses, una cifra tan astronómica como quince mil millones de pesetas.

Los embalses, naturalmente, tienen un valor económico, pero eso siempre que permanezcan llenos de agua de lluvia, porque, mientras no llueva, lo único que acabará habiendo allí será polvo. A los ciudadanos de a pie nos interesa bien poco quién es el titular de los embalses y quién nos cobra el recibo siempre que nuestros grifos sigan emanando este elemento indispensable para la vida cotidiana. Por eso las luchas entre instituciones por hacerse con la gestión del agua resultan ridículas cuando estamos ante un problema gravísimo que pone en cuestión nada menos que nuestra economía y nuestra forma de vida.

EMAYA, que tan orgullosamente anunciaba que ha tenido trescientos millones de beneficio, haría mejor en cerrar la boca y ponerse manos a la obra para ver cómo podría reinvertir esos beneficios en soluciones a largo plazo para el problema. Los ciudadanos pagamos religiosamente por un agua que nos sale a precio de champán y no lo hacemos precisamente para que una empresa municipal tenga beneficios. El agua no es un negocio y sí un bien inestimable que necesitamos todos y que, de seguir así, faltará dentro de muy poco. Los políticos, mientras, se entretienen en pelear por gestionar algo que está en vías de extinción. Mejor que estudien cómo solucionar el problema, y pronto.