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Si hay algo que diferencia a una sociedad avanzada es la calidad de la asistencia y el respeto a los más débiles: niños, enfermos, ancianos, deficientes... El nivel cultural, educativo, social, económico y de infraestructuras suele ir aparejado con este indicativo, que nos dice qué clase de sociedad tenemos ante los ojos. En Balears tendemos a creer que estamos en el séptimo cielo, que la apabullante cantidad de coches "caros y grandes muchos de ellos" que circulan por nuestras carreteras, la proliferación de chalets en cualquier parcela de cualquier población, la presencia de comercios elegantes y caros en los centros de las ciudades importantes suponen que ésta es una sociedad de primera, en la que todos los ciudadanos pueden alcanzar un estatus digno gracias a la enorme riqueza que nos rodea.

Pero no es así. Se trata, desde luego, de una sociedad rica. Las cifras lo delatan. Pero no especifican cómo se reparte esa riqueza que, al parecer, se queda en enormes cantidades en unas pocas manos. El resto, los ciudadanos de a pie, tienen que conformarse con unos salarios discretos, cuando no pobres, y con unas pensiones bajas, algunas de ellas vergonzosas.

Acaba de hacerse público que el 22 por ciento de las personas mayores que viven en nuestras islas lo hacen por debajo del umbral de la pobreza. Estas son cifras propias del Tercer Mundo, no del paraíso del turismo europeo. Pero eso no es todo. Muchos de ellos viven en soledad, con depresiones, con una asistencia social y médica deficiente, faltos de cultura y de medios económicos.