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La Universitat de la Illes Balears abrió ayer sus puertas a los 15.000 alumnos que estudian en este centro. Muchos llegaban a las instalaciones universitarias ilusionados, con ganas de empezar un nuevo curso que les acerque más al esperado día de su graduación; otros, los 3.500 nuevos universitarios, algo más atemorizados por la llegada de una experiencia nueva y desamparados por la soledad que supone iniciar un curso en el que no conocen a nadie. Este es el caso de Sandra Ruiz, una estudiante de primero de Trabajo Social. «Esta mañana estaba un poco nerviosa porque no sabía dónde tenía que ir y porque me encontraba un poco sola», afirmó. Sin embargo, para Guillermo Fiol, también estudiante de primero aunque de Historia del Arte, la de ayer no fue una experiencia tan traumática. «Conozco a poca gente, pero hay algunos compañeros de instituto con los que pasar el rato».

De todos modos, el primer día de clase en la universidad no contó con el caos estudiantil que se esperaba. Gabriel Riera, el portero del edificio Ramon Llull, comentaba que los momentos de mayor alboroto se dieron «entre clase y clase, con los cambios de aula, ya que la mayoría no sabía muy bien adónde tenía que dirigirse». También explicó que los «primerizos» tuvieron bastantes dificultades con los horarios. Aun así, definió la jornada como «tranquila, con menos problemas de los esperados».

Los bares, pasillos y jardines de las diferentes facultades se encontraban a rebosar. En la fotocopistería había una larga cola en la que los más responsables esperaban su turno para adquirir ya el temario de las muchas asignaturas. Otros, como Miguel Iglesias, prefirieron no agobiarse mucho el primer día y por ello decidieron asistir a menos clases y hacer relaciones públicas en el bar. «Me he saltado algunas clases ya que hace años que no estudio y hay que empezar poco a poco, relajadamente», dijo este joven que inauguraba ayer sus estudios de Trabajo Social.