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Pasadas las dos de la tarde, Pierce Bronan, su mujer y su hijo, acompañados de su séquito, abandonaron en una furgoneta y tres coches La Residencia. Portaban una nevera con comida y fruta. ¿Una tarde en el campo? ¡Qué va! Una tarde en el mar.

Tras recorrer los casi cuarenta kilómetros que separan el hotel del pantalán del Club de Mar, subieron a bordo. Pierce vestía con el mismo conjunto de blusa y bermudas que lucía la tarde que llegó a Palma. Incluso, como anteayer y ayer, se tocaba con un sombrero de ala ancha y ocultaba sus ojos tras gafas oscuras.

El yate del 007 arrancó poco más o menos cuando la «Llamp», con el Príncipe a bordo, emproaba Cabrera. El yate de Pierce, por el contrario, puso rumbo a Poniente y por esa zona anduvo "anduvieron" hasta el anochecer. Parece ser que hoy abandonarán Mallorca, retomando la gira de promoción de la película que dirige y produce, en la que la veterana René Russo, según parece recién salida del estético, se lo merienda vivo, y no lo digo precisamente por la escena un tanto erótica que ambos protagonizan, sino porque ella, como actriz, le da medio millón de vueltas, puesto que él, antidivo y simpático donde los haya, aparte de bello, siempre pone el mismo gesto, sea agente, sea ladrón de guante blanco, sea cabeza de familia que trata de salvar a la idem de las iras del volcán.

Pero lo que realmente me admira de todo esto es que siendo actor e irlandés, por tanto británico, no se haya dado una vuelta por el cementerio de Deià, con lo cerquita que lo tiene, y haya meditado un rato ante la tumba del genio Graves. Tendría que ser una obligación de todos los actores pasarse por ahí.