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JAVIER RODRíGUEZ El archipiélago de Cabrera ha sido desde tiempos inmemoriales un referente medioambiental, un trozo de naturaleza en bruto incrustado en medio del Mediterráneo. Pero de un tiempo a esta parte, y coincidiendo con un momento crucial, la Isla se encuentra «patas arriba» y con una presencia de basuras en sus aguas que empieza a ser preocupante. La decisión del Ejército de replegar el destacamento militar de la zona a partir del 30 de setiembre "el ministerio de Defensa conservará, sin embargo, la titularidad sobre Cabrera" ha supuesto la realización de una serie de obras para retirar el material militar y habilitar infraestructuras de carácter civil.

Así, los visitantes que acuden durante estos días al Parque Nacional se encuentran de frente con varias zanjas, unas destinadas a enterrar el tendido eléctrico y el resto destinadas a renovar la red de cañerías. Donde anteriormente había instalaciones militares ahora se ubicarán un laboratorio y un aula del mar, infraestructura esta que la actual junta rectora considera conveniente para difundir el respeto por el entorno natural entre los visitantes.

Actualmente, según dictaminó en su día la Comisión Mixta que rige los destinos del parque, el acceso al archipiélago está limitado a 50 embarcaciones diarias, barcos que previamente han debido de recibir un permiso especial para fondear. La limitación de acceso humano, como es lógico, también se hace extensible a los visitantes que optan por el transporte colectivo. Las «golondrinas» no pueden llevar a la Isla a más de 200 personas diariamente, 300 durante el mes de agosto.

Las organizaciones ecologistas han denunciado reiteradamente que el cupo de acceso no se cumple y los que conocen bien la Isla, soldados o pescadores que pasan allí buena parte del año, culpan a éstos, a los que no tienen permiso, de la suciedad del parque. «Espero que los que vengan cuando se vayan los militares tengan la mano más dura. Hace falta más vigilancia para evitar que ocurra aquí lo que en otras playas de Mallorca, que se han ido deteriorando por la mano del hombre», asegura un vecino de la Colònia que aprovecha su día libre para acercarse a la Isla.