El archipiélago de Cabrera ha sido desde tiempos inmemoriales un
referente medioambiental, un trozo de naturaleza en bruto
incrustado en medio del Mediterráneo. Pero de un tiempo a esta
parte, y coincidiendo con un momento crucial, la Isla se encuentra
«patas arriba» y con una presencia de basuras en sus aguas que
empieza a ser preocupante. La decisión del Ejército de replegar el
destacamento militar de la zona a partir del 30 de setiembre "el
ministerio de Defensa conservará, sin embargo, la titularidad sobre
Cabrera" ha supuesto la realización de una serie de obras para
retirar el material militar y habilitar infraestructuras de
carácter civil.
Así, los visitantes que acuden durante estos días al Parque
Nacional se encuentran de frente con varias zanjas, unas destinadas
a enterrar el tendido eléctrico y el resto destinadas a renovar la
red de cañerías. Donde anteriormente había instalaciones militares
ahora se ubicarán un laboratorio y un aula del mar, infraestructura
esta que la actual junta rectora considera conveniente para
difundir el respeto por el entorno natural entre los
visitantes.
Actualmente, según dictaminó en su día la Comisión Mixta que
rige los destinos del parque, el acceso al archipiélago está
limitado a 50 embarcaciones diarias, barcos que previamente han
debido de recibir un permiso especial para fondear. La limitación
de acceso humano, como es lógico, también se hace extensible a los
visitantes que optan por el transporte colectivo. Las «golondrinas»
no pueden llevar a la Isla a más de 200 personas diariamente, 300
durante el mes de agosto.
Las organizaciones ecologistas han denunciado reiteradamente que
el cupo de acceso no se cumple y los que conocen bien la Isla,
soldados o pescadores que pasan allí buena parte del año, culpan a
éstos, a los que no tienen permiso, de la suciedad del parque.
«Espero que los que vengan cuando se vayan los militares tengan la
mano más dura. Hace falta más vigilancia para evitar que ocurra
aquí lo que en otras playas de Mallorca, que se han ido
deteriorando por la mano del hombre», asegura un vecino de la
Colònia que aprovecha su día libre para acercarse a la Isla.
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