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Le faltan tantas cosas que todo lo que le pueda comprar no será suficiente», dice María Luisa García, la madre «adoptiva» de Egor Tchenkachine, un niño siberiano de 10 años que durante 28 días habrá convivido con una familia mallorquina. «Vino con una mochila a la espalda y sólo llevaba en ella una camiseta rasgada y muy vieja, dos caramelos que le habían dado en el avión y poco más. Por no traer no traía ni calzoncillos, pero afortunadamente no estaba enfermo», añade.

Egor es un niño huérfano de Rusia, sólo le queda un abuelo de 61 años y una abuela de 65, pero son muy pobres, así que se pasa la mayor parte del tiempo en un orfanato junto con otros niños. «Creo que por eso es tan independiente. A veces incluso habla solo. Pero no es tímido porque con nosotros desde el primer día estuvo hablando», comenta Miguel Llabrés, el padre.

Egor llegó a Mallorca el 15 de julio y se va mañana. «Le encanta la Coca-Cola, se la bebe como si fuera agua y las hamburguesas le vuelven loco. El pescado no le gusta tanto; en cambio, la pizza la devora». El primer día, nada más llegar, se acostó en la cama y durmió durante 16 horas seguidas agarrado a dos ositos de peluche de la niña pequeña de la familia, María Luisa, de 4 años, que comparte con él juegos y risas «aunque quizás pasa más tiempo con mi hijo Miguel, de 15 años. Con él se va a la calle y juega con sus amigos», dice María Luisa. Egor suele ayudar en las tareas de casa. Desde el primer día hace la cama, recoge su plato de la mesa y limpia un poco los cristales: «Tampoco quiero que haga muchas cosas. Prefiero que disfrute de estos días», añade.

En estos días Egor vivió lo que quizás jamás pudo haber soñado y consiguió una familia que le quiere «como a un hijo propio».