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Ayer se constituyó la Mesa del Parlament, aún con los pactos a medio hilvanar, de forma que tuvo que improvisarse una solución de compromiso entre los partidos implicados en este complicado proceso consistente en el todos contra uno, pase lo que pase y cueste lo que cueste. Pero no lo que les cueste a ellos, sino lo que nos va a costar a todos.

El espectáculo fue poco edificante. A pocos minutos de la constitución de la Mesa, aún se buscaba un candidato ideal: aquel que no quisiera el cargo, lo que garantizaba que admitiría su provisionalidad y aceptaría este juego que puede tener toda la legalidad que se quiera, pero que resulta poco serio. El PSOE fue el encargado de aportar el diputado que sea una figura decorativa hasta que, pasado el verano, se produzca su dimisión y la elección pactada de su sustituto, que ejercerá la presidencia definitiva, si es que en el actual momento político de esta Comunitat se puede hablar de algo definitivo.

Otro síntoma de anormalidad es lo ocurrido precisamente en el seno del PSOE. El grupo parlamentario hizo caso omiso del acuerdo adoptado por la Ejecutiva y presentó como candidato a la presidencia del Parlament a Antonio Diéguez y no a Andreu Crespí, que quizá no hubiera aceptado la provisionalidad del cargo.

Por su parte, el PP ya ha emprendido el camino de la oposición y fue un convidado de piedra en una situación perniciosa y ridícula. Todo ello demuestra la dificultad del pacto contra natura y la fragilidad del mismo. Si nuestras instituciones tienen que ser fruto de este mercadeo de cargos en el que UM impone sus exigencias, las perspectivas son muy negras. Hasta el momento, los electores no tienen noticias de que se pacten programas, sino que se reparten cargos.