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La OTAN está integrada por diez y nueve países lo que, tratándose de una organización militar, complica mucho su funcionamiento en tiempo de guerra. Esto se suponía, pero, ahora, se demuestra por qué esta alianza ha tardado cincuenta años justos en entrar en combate.

No hay un mando supremo, derivado de una jerarquía única, sino un conjunto de mandos que actúan más en horizontal que en vertical, lo que trae consigo una complicación en los mecanismos de decisión y una disminución de la capacidad de sorprender al enemigo.

Esto es lo que ha impelido al jefe militar, el general alemán Klaus Naumann, a dimitir de su cargo, vistas las dificultades para operar con rapidez y unidad, lo que ha generado unos fracasos iniciales y unos errores que el general ha denunciado para justificar su decisión, al margen de los resultados generales de las operaciones.

El ex jefe militar ha corroborado lo que ya sabíamos: el ataque aéreo en exclusiva y anunciado, no ha tenido el éxito apetecido, de manera que ya se duda de que pueda alcanzar los objetivos políticos, incluso los militares, que se preveían al iniciarse la réplica militar de la OTAN contra la Yugoslavia de Milosevic. Ello ha abierto la primera crisis de cierta gravedad en el seno de la Alianza Atlántica que deberá replantearse su actuación desde el estricto sentido militar, al margen de cuestiones políticas y de los apoyos y rechazos que esta respuesta armada ha despertado en todo el mundo. Lo grave, con serlo y mucho, no son los errores que han surgido en los ataques, sino los de planificación que denuncia el general Naumann. Y es que la guerra, con ser una tragedia humana de terribles consecuencias, se agrava, aún más si es posible, cuando, además, se hace mal.