Biel y su mujer, Rosa, dirigen un local en el que también colaboran Antonio, Pere y Encarna.
(FOTO: ANDREU GOMILA).

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La apertura al mar de la avenida Diagonal de Barcelona ha dejado al descubierto un pequeño restaurante, familiar y curioso, ideal para los aventureros gastronómicos de la capital catalana.

Biel Bestard, inquero, de 63 años, lo regenta junto a su mujer Rosa desde hace tres lustros. Su nombre es Rancho Grande, aunque no hay ningún cartel exterior que así lo indique, hecho que no ha impedido que en los últimos tiempos se hayan sentado en sus pocas mesas la infanta Cristina, el pintor felanitxer Miquel Barceló, el diseñador Xavier Mariscal, el escultor Xavier Medina Campeny o el dibujante Oscar Nebreda. La infanta definió el lugar como «un islote mallorquín en Barcelona», según reza en una nota que dejó escrita.

La historia del enclave se remonta a la II República, cuando los suegros de Biel adquirieron el solar "una higuera en el fondo del restaurante recuerda otros usos" con el fin de montar un local que acogiese a los obreros hambrientos de las fábricas de Poblenou.

Luego, llegaría Biel, hace 35 años, directo desde la capital del Pla de Mallorca para aprender el oficio de estucador. «Mi madre creía que ya no me casaría, pero poco después de llegar conocí a Rosa y en ocho meses nos casamos», asegura el regente.

Desde entonces, el gran Biel "es un hombre de metro noventa" llena las despensas de Rancho Grande con los mejores productos de la Isla. «Una vez al mes me llevo a mi amigo Antonio y cargamos su jeep con porcelles de Sineu, aceitunas de Mancor, tomates de ramallet, sobrassades, camaiots, pimientos de cireta, higos, melones, alcachofas, níscalos... y vamos y volvemos en el buquebús en un mismo día. Las ensaïmades también se las traen de Mallorca, una vez a la semana.

La que se encarga de la cocina es Rosa. Según su marido, «tiene la mano rota» para preparar calderetas, tumbet, frit o arròs brut. Mercè "la Thatcher para algunos" atiende las mesas y Pere y Encarna ayudan en lo que haga falta. La especialidad de Biel son las brasas "«soy un artista»", remarca y si el encargo de Mercè contiene langosta, no se corta a la hora de echarle un buen chorrillo de xoriguer, «porque así sabe mejor».

Tanto Biel como Rosa creen que el secreto de su éxito reside en la familiaridad del trato con sus comensales. «Si hace falta, el cliente puede levantarse y coger él mismo la botella de vino», resalta el inquero.

Su futuro se presenta incierto y el mismo Biel asegura que a Rancho Grande le quedan unos dos o tres años. Su ritmo de trabajo, todavía frenético, va decreciendo con el paso del tiempo y la falta de interés por parte de sus hijos en continuar el negocio familiar "Rosa mantiene alguna esperanza en su hija" provoca que se planteen el devenir en el Port de Pollença.

El Ajuntament de Barcelona les ha hecho una oferta por el solar y aún no saben las condiciones que les propondrán.