El rey Carlos saluda a sus súbditos durante los cortejos fúnebres por la fallecida reina. | Reuters

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La Commonwealth surgió un ya lejano 11 de diciembre de 1931. Hoy el mundo ha cambiado mucho con respecto a cómo era en aquel entonces, empezando por la desaparición de la figura que la articuló y le dio sentido durante largas décadas de reinado, la reina Isabel II de Inglaterra. El imperio británico en pleno retroceso halló mediante la Commonwealth una buena forma de mantener a todas las tierras anglosajonas conectadas sentimental y políticamente. También en aquellas donde, sin haber sido repobladas, su influencia es innegable. Aunque no sea mucho más que un símbolo de un mundo caduco, el del siglo XX, el reinado de Carlos III plantea serios interrogantes sobre la pervivencia de esta organización de naciones en torno a la corona británica.

La prolífica familia de la Commonwealth, de la cual curiosamente Estados Unidos no forma parte, ha ido a menos con el transcurso de los años, y a pesar de la esforzada labor de Isabel II por mantener los nexos con todos los territorios. Ha sido un cauce adecuado para incentivar el desarrollo comercial y económico, a priori con beneficios tanto para la metrópoli como para el territorio colonial que una vez formó parte del imperio británico, uno de los más poderosos de toda la historia y de los más extendidos alrededor del globo.

La Commonwealth fue un nuevo marco de relaciones internacionales en un mundo a caballo entre las dos grandes guerras que sumieron a Europa en la miseria y el terror. Con la derrota nazi el victorioso bando aliado comprendió que Estados Unidos ya había pasado a la siguiente pantalla, la de ser superpotencia mundial. Los británicos vieron a su sombra un campo abonado para el mantenimiento de sus relaciones allí donde su lengua fuera hablada, que no es poco.

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En la actualidad la componen, por orden de incorporación, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Sudáfrica, Canadá, India, Pakistán, Sri Lanka, Ghana, Malasia, Nigeria, Chipre, Sierra Leona, Jamaica, Trinidad y Tobago, Uganda, Kenia, Malaui, Malta, Tanzania, Zambia, Gambia, Barbados, Botsuana, Guyana, Lesoto, Singapur, Mauricio, Nauru, Suazilandia, Fiyi, Samoa, Tonga, Bahamas, Bangladés, Granada, Papúa Nueva Guinea, Seychelles, Dominica, Islas Salomón, Tuvalu, Kiribati, San Vicente y las Granadinas, Santa Lucía, Vanuatu, Antigua y Barbuda, Belice, Maldivas, San Cristóbal y Nieves, Brunéi, Namibia, Camerún, Mozambique y Ruanda.

Entre estos estados existen distintos grados de relación con el Reino Unido. En algunos de ellos, el jefe de estado británico es también el suyo. En otros lo era la reina Isabel II en calidad de alma mater de la Commonwealth pero no necesariamente lo ha de ser su hijo, el nuevo monarca inglés. De hecho, el camino hacia la desintegración ya se ha iniciado. Tenemos ejemplos de diferente clase, entre ellos el reciente de Barbados, la isla caribeña donde nació la estrella internacional Rihanna, quien hace poco menos de un año asistió a un acto solemne de ruptura definitiva de sus lazos con la Corona británica y proclamación de la república. Un acto al que asistió Carlos, el entonces príncipe de Gales.

Países fundacionales como Australia han votado en el pasado por mantenerse o alejarse de la Commonwealth cuando la organización era comandada por Isabel II. Esta misma semana el tema era recurrente entre sus 'vecinos' kiwis de Nueva Zelanda tras la pérdida de su jefa de estado. En las islas de los maorís crece el republicanismo a marchas forzadas, a pesar de que la primera ministra, Jacinda Ardern, descarta por el momento un proceso constituyente que los aleje definitivamente del Reino Unido.