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Ángela Merkel, la política con más poder de Europa, dio una rueda de prensa el miércoles 13 de marzo. Con su estilo apagado, seco, de quien parece imposible que un día haya ganado unas elecciones, dijo que «tenemos que entender que mucha gente va a resultar infectada por el coronavirus. El consenso entre los expertos es que entre el sesenta y setenta por ciento de la población va a sufrir esta infección». Muchos medios de comunicación mundiales reprodujeron sus palabras. Yo, al leerlas por primera vez, pensé que era una derrotista, que se daba por vencida o que había tenido un desliz. Sin embargo, Merkel más que nadie sabe qué dijo, sabe qué impacto tienen sus palabras, entiende que ella no puede perder el control y mucho menos en un asunto como este, cuando el miedo se ha apoderado de la sociedad. Llevo días preguntándome por qué Merkel nos iba a mentir cuando no se juega nada, estando ya al final de su carrera ¿A qué viene crear pánico de esta forma?

He hurgado en sus palabras para intentar saber qué quiso decir y me he encontrado con que hay muchos científicos, especialistas en este tipo de epidemias, que prácticamente dicen lo mismo que ella: ante un virus que se expande con tanta celeridad como este, para el que no tenemos vacuna, que está hasta cinco días en el cuerpo de los pacientes sin manifestarse pero pudiendo ser trasmitido, poco se puede hacer.

John Edmunds, una autoridad mundial en epidemiología que recientemente publicó trabajos científicos sobre cómo ha evolucionado el Covid 19 en Wuhan, China, decía esta semana en una cadena de televisión que «ante un virus así hay dos posibilidades: o controlamos cada una de las personas contaminadas en el mundo, cosa que actualmente es imposible, o aceptamos que la enorme mayoría de la población va a resultar afectada». Varios otros especialistas como Edmunds ratifican su postura. Aunque también hay quienes rechazan su punto de vista con notable virulencia.

Yo no sé cuál es la verdad, pero también conozco cómo para los políticos es muy difícil decir la verdad a una sociedad presa del miedo. Es probable que todos nos mientan, incluso Sánchez y Conti: si no aparece ya una vacuna, y eso es técnicamente imposible antes del verano de 2021, el virus sólo dejará de expandirse cuando haya infectado a más del sesenta por ciento de la población. Según estos expertos, en ese punto se producirá una inmunización colectiva derivada de que en la mayor parte de las personas habrá defensas y la expansión quedará agotada.

¿Qué estamos haciendo ahora, pues, con todas estas medidas tan radicales?

No, no son medidas absurdas: pretenden frenar la expansión para que el número de personas en estado crítico sea manejable por el sistema de salud. Una extensión descontrolada del virus causaría un colapso en los hospitales que obligaría a dejar de atender a miles de personas, con efectos nefastos.

Observen que Merkel atribuye su pronóstico al «consenso entre los expertos». Si eso es así, ¿vamos a volver a la normalidad en quince días? ¿O en un mes? Imposible, porque si se relaja la confinación, entonces volverá a trasmitirse el virus, cuyo control está absolutamente perdido. Y, claro está, no podemos vivir indefinidamente aislados, porque la sociedad contemporánea no lo soporta. ¿Vamos a arrastrar esta crisis durante meses? Este domingo, un ministro de Sanidad de un país europeo decía que esto puede perfectamente durar cuatro meses. Lo cual abre un escenario preocupante en una región turística como la nuestra.

Merkel lo dijo claramente: dos de cada tres alemanes van a enfermar. Eso se aplicará, faltaría más, a los españoles. Siempre que un milagro no lo arregle antes. Lo cual –el milagro– es posible. El Sars desapareció sin que nadie supiera el motivo. Aunque es verdad que era un virus más peligroso pero menos contagioso. También podría aparecer una vacuna, que los expertos descartan ahora mismo.

En definitiva, no sé si Merkel tiene la verdad, pero no está de más que pensemos en lo que ha dicho, porque no procede precisamente de alguien alarmista.