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El Instituto Karolinska de Estocolmo premió con el Nobel de Medicina al británico Robert G. Edwards, que, al desarrollar la terapia de fecundación in vitro, posibilitó una transformación radical en el tratamiento de la infertilidad.

Sus investigaciones marcan un «hito» en la medicina moderna, según el jurado, y han creado un nuevo campo de estudio, además de permitir el nacimiento de 4 millones de niños con esa técnica y solucionar un problema que afecta a más del 10 por ciento de las parejas del mundo que quieren tener hijos.

Edwards (Manchester, 1925) comenzó a interesarse por la fertilización en la década de 1950, cuando estudiaba biología en la Universidad de Gales y luego en la de Edimburgo, donde se doctoró en 1955 con una tesis sobre el desarrollo de los embriones en ratones. El proceso de fertilización in vitro había sido estudiado por primera vez en no mamíferos a mediados del siglo XIX, y casi un siglo después se demostró que óvulos de conejos madurados podían ser fertilizados con esa técnica y dar lugar a embriones.

Durante la primera parte del siglo XX, investigadores de medicina reproductiva discutían sobre cómo fecundar óvulos humanos, pero la complejidad del proceso y la insuficiencia tecnológica hacían que no se produjeran avances, hasta que apareció Edwards, primero en el Instituto Nacional de Investigación Médica de Londres y luego en la Universidad de Cambridge, a la que sigue vinculado en la actualidad.

Edwards fue realizando descubrimientos significativos: reveló cómo maduran los óvulos humanos, qué hormonas regulan ese proceso, en qué fase son susceptibles de ser fertilizados por el esperma, y las condiciones en que éste tiene la capacidad de fertilizar.