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En la actualidad, las empresas se ven en la tesitura de anticipar y responder de forma ágil a riesgos de distinta índole, como consecuencia del incremento de numerosas perturbaciones de carácter multifactorial –climáticas, humanitarias, sanitarias, etc.–, y aprovechar, así mismo, las oportunidades, también múltiples, que derivan de estos mismos shocks. Es por ello que se afirma que, de cada vez más, las empresas se ven obligadas a integrar en la visión corporativa las necesidades de las personas y del planeta para ganar resiliencia y aumentar la creación de valor.

En este quehacer, las empresas encuentran en el reciente paradigma de ‘inversión responsable’ un gran aliado. Y es que, la inversión responsable reconoce que el impacto positivo de las compañías va más allá del rendimiento financiero a corto plazo, orientado a los propietarios del capital (o shareholders). Ahora bien, ¿qué es la inversión responsable? La inversión responsable es aquella que se orienta a crear valor a largo plazo a través de un ejercicio empresarial que integra criterios de sostenibilidad y toma en consideración los intereses de los distintos stakeholders, precisamente, para anticipar y gestionar los riesgos y oportunidades de carácter multifactorial.

Concretamente, el objeto de este tipo de inversiones responde a la inclusión de criterios ambientales, sociales y de gobierno corporativo (los llamados ‘criterios ESG’) en la toma de decisiones de la empresa. Estos criterios ‘extrafinancieros’ acompañan a los criterios ‘financieros’ a la hora de formular y ejecutar una estrategia empresarial que tiene en cuenta dos cuestiones fundamentales: (1) los aspectos que más interesan a los principales stakeholders (es decir, empleados, proveedores, clientes , comunidad... además de los accionistas o propietarios del capital), en el modo en que la actividad de la empresa impacta sobre ellos (piensen, por ejemplo, en las emisiones contaminantes, la diversidad e igualdad de oportunidades o ética en los negocios); y (2) los aspectos que son más importantes para la compañía, en la forma que pueden afectar a su capacidad de seguir generando resultados positivos.

De este modo, es necesario reconocer que la inversión responsable requiere una visión de negocio holística, así como un mayor compromiso del propósito empresarial para incorporar criterios de sostenibilidad. Y es que, es en la intersección entre el rendimiento financiero y el rendimiento sostenible que la compañía puede apuntalar su resiliencia y, lo que es más importante, crear valor a largo plazo.
No obstante, es necesario distinguir muy bien la inversión responsable de otros términos y funciones que conviven, en estos momentos, en el ámbito de la empresa. Éste es el caso, por ejemplo, de la responsabilidad social corporativa (la RSC), la función a través de la que la empresa se conecta con la comunidad local, para compensar parte de su impacto desde una aproximación esencialmente altruista.
Y es que la inversión responsable ni compensa ni es altruista. La inversión responsable se debe a la incorporación de la sostenibilidad, al propósito de la empresa, que se articula y despliega a través de una estrategia de impacto positivo, la cual a su vez, espera un retorno a la inversión que acompaña. Un valor que es especial, en la forma que trasciende a la empresa y que, de acuerdo a la evidencia empírica disponible, permite ganar resiliencia operativa, tecnológica, reputacional y, por supuesto, financiera.