Blázquez, recluido en su casa de Esporles, asegura que la crisis sanitaria ha puesto en evidencia la fragilidad del sistema. | Pere Bota

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Macià Blázquez es profesor de geografía de la UIB y ecologista. Expresidente del Grup Balear d’Ornitologia i Defensa de la Naturalesa (GOB), se ha distinguido por su defensa radical del medio ambiente y por su apuesta por el decrecimiento turístico.

-Supongo que usted pensará que no hay mal que por bien no venga.
-La pérdida de vidas no es asumible como correctivo. Sería de ser mala persona. Los ecologistas defendemos la vida. Eso sí, más valdría ser prevenidos desde ya; porque tarde o temprano nos la teníamos que pegar. El crecimiento no puede ser indefinido. Confiamos excesivamente en la ciencia y en la tecnología para que resuelvan las crisis provocadas por un sistema basado en el crecimiento, el individualismo, la competencia, la codicia y el desprecio hacia nuestros congéneres, humanos y no humanos. El capitalismo contradice los límites de la naturaleza, a la que, queramos o no, pertenecemos.

-Le escucho y parece que la crisis de la COVID-19 es culpa del capitalismo.
-Es evidente que la hipermovilidad y la globalización han favorecido la propagación del virus.

-Dicen que toda crisis es una oportunidad. ¿Qué debemos aprender de la crisis provocada por la COVID-19?
-La COVID-19 provoca una crisis sanitaria, pero la crisis económica deviene de nuestra excesiva dependencia de la globalización. La crisis sanitaria ha puesto en evidencia la fragilidad del sistema. El monocultivo turístico nos hace vulnerables, además de insostenibles por el derroche de energía y materiales que supone. La economía balear depende desproporcionadamente del turismo de masas, de sol y playa, residencial o de escapadas urbanas. Igual sucede en otros muchos otros destinos del mundo, con espacios urbanos monofuncionales: desde Las Vegas a Cancún, Bávaro, Hawái o Bali. Unas ciudades turísticas que van a permanecer vacías toda esta temporada, lo cual supondrá la quiebra de muchas economías domésticas. Si esto no nos hace revisar nuestro modelo económico, ¡qué lo puede hacer!

-¿Habrá un antes y un después?
-El confinamiento nos puede hacer echar de menos el viajar. El turismo es una forma de recreación, que puede aportarnos intercambio cultural, conciencia ecológica y de ciudadanía global; contribuir al desarrollo de nuestra inteligencia emocional o del pensamiento crítico. Habrá que plantear escenarios turísticos alternativos de redescubrimiento del territorio, guiados por la proximidad y la lentitud, porque la era de la hipermovilidad se desvanece y en este sentido la tendencia es a la desglobalización. Pero deberíamos aspirar a que el turismo fuese accesible para todo el espectro social, que contribuya a la complementariedad económica de usos del territorio más esenciales y con el control comunitario local de la cadena de valor.

-¿No es la crisis de la COVID-19 una excelente oportunidad para plantearse el decrecimiento turístico?
-Espero que la actual situación sirva para redimensionar la industria, hacerla más sostenible.

-¿El retorno a la normalidad pasará por bajar precios y aumentar la precariedad de los trabajadores?
-Seguramente será así como se intentará reemprender el acaparamiento de las ganancias. El capitalismo no atiende a otra motivación que el afán de lucro individual. Es el “codazo del mercado”, que se guía por la competencia y persigue la acumulación de riqueza. El pez grande que se come al chico; es decir despoja a asalariados, autónomos o pequeños empresarios. Es un sistema contradictorio que entra en crisis cuando disminuyen las tasas de beneficios o se reducen excesivamente los salarios. Y su escalada codiciosa se agrava con la especulación financiera, la cual, en lugar de extraer beneficios de la producción, únicamente busca extraer rentas, por ejemplo de bienes inmuebles.

-Usted ha abogado de forma persistente por el decrecimiento turístico, pero como una contracción voluntaria y planificada, ¿no?
-El decrecimiento es un proyecto de transformación sociopolítica en el que los “flujos de energía, materiales y desechos de una economía disminuyen mientras que la prosperidad o el bienestar mejoran”, según una definición de Giorgos Kallis. El monocultivo industrial turístico balear, por ejemplo, tiene un metabolismo social insostenible, con una huella ecológica que supera en mucho la biocapacidad de nuestras Islas. Transformar nuestros procesos de producción y consumo implica un cambio en la organización social que solo es asumible mediante la democratización de la gestión económica. Un declive involuntario, como el de la crisis de la COVID-19, no es decrecimiento en sí mismo y los países en recesión o depresión no son experimentos de decrecimiento. Los principios del decrecimiento son la creación y gobernanza de bienes comunes, el cuidado y la convivencia. El análisis de las propuestas de decrecimiento de nuestro proyecto de investigación para destinos turísticos saturados como Baleares apunta a que es necesaria la desmercatilización turística de aspectos de la vida cotidiana; desturistificar, para desarrollar luego una re-turistificación basada en patrones sociales y ambientales más justos; reducir las disparidades, asegurando el acceso al alojamiento, con soluciones colectivas; sancionar el consumo excesivo y el derroche; dignificar las condiciones de trabajo; y regular detalladamente la ocupación y el uso del suelo, para restringir el aumento de la capacidad de alojamiento y de las infraestructuras de transporte, como puedan ser el aeropuerto, los puertos o autopistas.

-¿Cómo se hace para decrecer de forma ordenada?
-Hay numerosas propuestas: la renta básica universal, las staycations, el movimiento staygrounded para promover medios de transporte más sostenibles, hacer menos viajes, más lentos, más significativos y a destinos próximos, etc. El debate científico y político se enriquece también con las contribuciones de las ciencias sociales.

-¿Cuánto cree usted que debemos decrecer? ¿Cuántos millones de turistas podemos aceptar en Baleares?
-No se trata únicamente del número de turistas. Hemos estudiado el modelo turístico balear, y el 'turismo de calidad' (malentendido como el de mayor poder adquisitivo) muestra un metabolismo social más insostenible, en términos de consumo de agua, energía o gentrificación por despojo del espacio a la población desfavorecida. La reducción del número de turistas se suele plantear para el segmento de clase trabajadora que ha nutrido la industria del turismo de masas y a la que ahora se pretende excluir de la ecuación. Recortar, sin atender a aspectos sociales, promueve la exclusión y el despojo. Como alternativa se aboga, por ejemplo, por el desarrollo de proyectos comunitarios y/o estatales para organizar vacaciones y tiempo libre no impulsados por el beneficio (ampliando su base social con programas semejantes al Imserso); o por la asignación equitativa de plazas en el transporte de masas, porque si las plazas se venden, simplemente, al mejor postor, solo los ricos podrán viajar. Si la posibilidad de viajar es distribuida entre todo el espectro social, sus costes pueden ser prorrateados, para asegurar oportunidades de viajar a todo el mundo.

-¿Qué pretende hacer con las plazas de avión? Habla usted de asignación equitativa...
-Entiendo que el turismo debe ser accesible para todo el mundo, también para los ciudadanos de bajos ingresos. No hemos de convertir Mallorca en un refugio para ricos. Hemos de poder garantizar que todo el mundo pueda viajar.

-¿Cómo valora que los gobiernos salven las líneas aéreas?
-Vuelve a sorprenderme que incluso los más neoliberales pidan que vuelva a ser el Estado, es decir nuestra bolsa común, la que cubra las pérdidas.

-¿La solución pasa por decrecer en los meses centrales del verano y aumentar la desestacionalización?
-Los discursos favorables a la desestacionalización se han utilizado para ensanchar el mercado, añadiendo todos y cada uno de los espacios de Baleares al negocio turístico. La puesta en valor de la ciudad para disfrutarla como un lugareño o del turismo rural han servido para introducir bienes inmuebles en el mercado financiero y hacer cómplices a las clases medias propietarias de la turistificación de nuestra vida cotidiana.

-¿Qué piensa usted del turismo relacionado con el senderismo, el cicloturismo, la gastronomía…?
-En un destino saturado como Baleares, añadir modalidades de turismo cultural, rural o activo contribuye a la turistificación global. La crisis de la COVID-19 lo cambia todo y habrá que diseñar nuevos escenarios con políticas turísticas para el futuro: reorientar el turismo en beneficio de los espacios desfavorecidos, contribuyendo a su resiliencia, en pro de su recuperación en el contexto de la crisis, para alterar el patrón territorial creador de desigualdad que nos ha dominado hasta día de hoy; favorecer la proximidad que reducirá los inconvenientes ambientales y para nuestra propia salud del exceso de desplazamientos; y promover que los beneficios económicos de nuestras actividades reviertan en las comunidades locales.

-Sospecho que usted aboga por un cambio de modelo. ¿Que pretende usted? ¿Hacia dónde debemos avanzar? ¿Qué deben hacer las administraciones públicas para fomentar este cambio de modelo?
-El modelo económico no puede basarse más en potenciar la desigualdad social. La adoración del lujo y del derroche es, a mi entender, nefasta. Se nos inculca la idolatría del capricho, la acumulación de riqueza e incluso de la evasión fiscal. Diversificar la economía y promover la proximidad me parecen las mejores alternativas. Con regulación que penalice el derroche, el fraude fiscal y la acumulación patrimonial con progresividad impositiva. Todo ello a través de la radicalidad democrática.

-Es evidente que el agua está más limpia, que la contaminación ha bajado… ¿Tan perjudicial es la actividad humana?
-La previsión de aumento de la temperatura media de la atmósfera entre 2 y 3 grados centígrados antes de finalizar el siglo XXI no es una invención. Tanto es así que se propone una nueva época geológica, el Antropoceno, caracterizada por la alteración antrópica del medio ambiente: el cambio climático de origen antrópico –o calentamiento global–, la sexta extinción de especies y el pico del petróleo; todas ellas derivadas de la presunción de que la especie humana no depende de los ciclos naturales, pudiendo contaminar, extinguir y agotar cualquier otro componente de los ecosistemas. Si afinamos su origen en el actual sistema económico, debemos hablar mejor de Capitaloceno.

-¿Parece que nos acercamos al fin del mundo?
-No, pero debemos cambiar el modelo. Baleares es un laboratorio perfecto.

-Se ha dicho en muchas ocasiones que el alquiler vacacional supone la democratización de la riqueza del turismo. ¿Qué le parece?
-Con la legalización del alquiler vacacional perjudicamos a la población que no es propietaria de viviendas y que deja de tenerla a su alcance por el encarecimiento de los alquileres. Es una muestra más de la turistificación, extendiendo la frontera del negocio a más ámbitos de nuestra vida cotidiana. Con el caramelito del alquiler para pequeños propietarios se esconde una realidad especulativa de grandes propietarios o comercializadores, que añaden la vivienda al mercado financiero. Además, el alquiler vacacional esconde mucha ilegalidad y la modificación a demanda del marco regulatorio.