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La reactivación del mercado inmobiliario en Menorca, con un volumen de operaciones firmadas de compraventa y alquiler en 2017 que recuerdan el periodo 2003-2006, confirman la recuperación de un sector que se había estancado durante la crisis. Una situación que refleja el retorno de la confianza inversora, en el que la compra de solares vuelve a despertar interés y destacan, por encima de la media, las compras de grandes fincas que están llevando a cabo clientes extranjeros, sobre todo franceses.

Pero cuando parecía que la compra de llocs del campo de Menorca podía convertirse en una noticia positiva, Unió de Pagesos trasladaba hace unas semanas su preocupación a la presidenta del Consell, Susana Mora, por el temor a que esta compra masiva no pase forzosamente por mantener la explotación agrícola y ganadera en la mayoría de los casos, con la consecuente pérdida de puestos de trabajo y residencia de los payeses. Un temor que a mi modo de ver no debería verse como tal, sino como un cambio de mentalidad en el que la llegada de personas dispuestas a invertir en un lloc puede convertirse en una oportunidad para que no desaparezca.

Hay que ser ingenuo para no saber que la vida rural ha estado siempre en peligro de extinción y difícilmente es una cuestión rentable, sea aquí o sea en cualquier otro territorio; por eso la Unión Europea destina grandes partidas de su presupuesto (la famosa PAC), para contribuir a su supervivencia. Sin perder de vista que las explotaciones agrarias son importantes, y como isla no podemos dejar de mantener las ayudas que se destinan mientras se pueda para contribuir a conservar el trabajo de los jardineros del campo o darles salida en forma de explotación turística asociada, debemos ver con esperanza de continuidad estos cambios de titularidad en la propiedad de las fincas aunque vengan de capital extranjero.

En este sentido, Menorca tiene una idiosincrasia como isla que permite poner en situación al inversor del respeto por el entorno natural que da forma a su paisaje y la férrea voluntad de preservación del territorio, manifestada en una declaración de intenciones como es la Reserva de la Biosfera o en las limitaciones que a menudo establece el modelo territorial. Existen ejemplos de inversión de capital foráneo que vale la pena destacar, como Son Tema en es Mercadal, o de capital nacional como Son Felip, en Ferreries.