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Hacía más de treinta años de mi última visita a Capri y aún guardaba en la memoria el delicioso paseo desde el pueblo de Capri a Villa Jovis, la residencia del emperador Tiberio durante sus últimos años, así que con motivo de un viaje a Campania la última semana de septiembre, decidí hacer la excursión y cogí el barco en Sorrento.
Aunque nos encontrábamos ya al final de la temporada, pensé que el mejor día para la visita podría ser el lunes, teóricamente el de menor tráfico. Dicho y hecho. A las nueve de la mañana ya estaba en la cola del ferry, por supuesto junto a varios centenares de personas.
Nada más llegar al puerto de Capri hay que guardar de nuevo la cola, formada solo por turistas, para el funicular que nos traslada al pueblo en el que ya, tan temprano, hay miles de viajeros deambulando por las callejuelas sin rumbo fijo.
El paseo a Villa Jovis seguía igual de hermoso, con jardines a un lado y el mar al otro, pero me había olvidado de que eran cincuenta minutos cuesta arriba y, por supuesto, mi condición física no era la misma que hacía treinta años. Solo grupos organizados de alemanes y británicos nos acompañaban en el sufrimiento. Seguro que Tiberio subía en mula.
Al regresar al pueblo de Capri, era la hora del almuerzo, pero el gentío que callejeaba no tenía la menor intención de pagar los precios de la hostelería local, seis euros la cerveza, y los restaurantes tenían escasa ocupación a pesar de los esfuerzos de esos agresivos empleados que se plantan en medio de la calle para llamar la atención del turista hacia su local.
Los autobuses para Anacapri se llenaban hasta límites increíbles, mientras que largas filas de taxis, a 15 euros el trayecto, esperaban eso que se llama turistas de calidad.
En Anacapri la escena se repetía: restaurantes medio llenos o medio vacíos, y masas ingentes de turistas en general siguiendo a un líder con una banderita, que deambulaban, en mi opinión, sin ton ni son, mientras que la maravillosa casa del médico y escritor sueco Axel Munthe era un verdadero remanso de paz.
Decidí regresar temprano para evitar las horas punta, pero aunque hice cola para el ferry de las tres de la tarde, no conseguí embarcar hasta las cuatro cincuenta. Por supuesto decidí que era la última vez que iba a Capri.
El modelo veneciano se está extendiendo a otros destinos, multitud de turistas que van a pasar unas horas, que consumen estrictamente lo imprescindible, compran un pequeño souvenir y hacen la vida difícil a los turistas de verdad que se dejan su dinero.
Debería ser obligatorio que los defensores del cambio de modelo para el turismo español, que quieren olvidarse del turismo de sol y playa y sustituirlo por lo que denominan turismo cultural, hicieran un viaje a Capri para ver la realidad que nos espera si consiguen sus objetivos.