ENTREVISTA

Francesc Puigpelat: «El auge de la extrema derecha de hoy tiene nostalgia de la sociedad de antes de los 60»

El periodista y escritor catalán acaba de ganar el Premi Ciutat de Manacor con su novela 'Els déus són els pares' (Illa Edicions)

El escritor y periodista Francesc Puigpelat ha ganado varios premios literarios de la Isla, como el Pollença de Narrativa y el Guillem Cifre de Colonya.

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Tras alzarse con el Premi Ciutat de Palma 2017 por L’amant de Rebis, Francesc Puigpelat (Balaguer, 1959) se hizo el año pasado con otros dos galardones mallorquines: el Premi Pollença de Narrativa con L’avenc de Joshua y el Cifre de Colonya con Tot esperant a la fi del món. Ahora, el también periodista catalán suma un nuevo premio en su trayectoria: el Ciutat de Manacor de Novel·la Maria Antònia Oliver con Els déus són els pares (Illa Edicions).

Es curioso cómo está ligado a Mallorca: hace poco ganó el Cifre de Colonya, hace unos años el Ciutat de Palma y ahora acaba de alzarse con el de Manacor. ¿Cómo valora esa conexión?
—Es la conexión normal de cualquier escritor en lengua catalana de Catalunya, que es un simple dialecto de la lengua catalana que se habla en Mallorca. Las relaciones entre autores de uno y otro lado del mar han sido siempre de fraternidad, desde tiempos de Antoni M. Alcover o Josep Pla. Es totalmente normal y lógico que autores baleares ganen premios literarios en Catalunya, y viceversa.

¿Esta novela es, en cierto modo, un homenaje o, mejor dicho, una reconciliación con los padres? Precisamente a ellos dedica la novela…
—A ellos, y también a mis hijos. Creo que la relación padres-hijos es la más fuerte que existe en las sociedades humanas. Al fin y al cabo, uno puede divorciarse de su pareja, pero no de sus hijos. Uno comparte adn con sus hijos, pero no con su pareja. Lo que ocurre es que a menudo no se valora como se merecería. Se lo cuento con una anécdota. Yo apenas conozco en lengua catalana o española canciones de amor a un hijo. En cambio, en Francia hay muchísimas canciones de amor dedicadas a los hijos. La canción más popular en Francia según todas las encuestas es Mistral gagnant, de los años 80, que el cantante Renaud dedicó a su hija, y es una maravillosa canción de amor.

La familia es una institución a veces controvertida, porque se da por hecho de que uno quiere a sus padres y ellos también quieren a sus hijos…. O al menos es así de forma ‘natural’, pero, cuando ese amor no se da de forma incondicional surgen incomodidades. ¿Cómo lo ve?
—Evidentemente, las relaciones entre padres e hijos no son fáciles. Los choques han existido y existirán siempre. En esencia, concluyen dos vectores: por un lado los padres ven a los hijos como una prolongación de ellos mismos y tratan de dirigirlos, mientras que los hijos necesitan oponerse a sus padres para afirma su identidad independiente. Esta contradicción es inherente al ser humano. Lo que ocurre es que algunos padres e hijos son incapaces de resolverla, mientras otros pueden extraer fuerza del conflicto para crecer como personas. En el Enuma elish, uno de los primeros relatos míticos sobre la humanidad, de la Sumeria de hace 4.000 años, se cuenta la historia de la raza humana en los siguientes términos: al principio, los dioses y los seres humanos eran inmortales. Todo funcionó bien durante algunos años, hasta que les humanos empezaron a tener hijos y más hijos, que entraron en conflicto con los ancianos que ostentaban el poder. Para resolver ese conflicto, los dioses convirtieron al ser humano en mortal. Así los ancianos morían y los jóvenes podían gobernarse ellos mismos.

Pero el narrador de esta historia es sincero: confiesa que idolatra a sus padres, pero sutilmente también los desprecia. En este sentido, hace referencia al ‘mal de este siglo’ que es el individualismo, que nos empuja a competir con todo el mundo, incluso con nuestros propios padres… ¿Comparte esa mirada con el narrador?
—Sí. La novela no es estrictamente autobiográfica –tiene una parte de intriga y aventura que es furamente ficcional– pero tiene un fondo autobiográfico: mi relación contradictoria con mis padres. Pertenezco a la generación que tenía 16 años cuando murió Franco y viví en la adolescencia enormes transformaciones políticas, culturales y religiosas. Quería vivir en los 80, mientras que mis padres estaban anclados en los 50. Actualmente, las diferencias entre generaciones no son tan abismales, pero persisten los problemas debidos al individualismo y a la ruptura con las tradiciones. En la generación de mis hijos, per ejemplo, todo es distinto, empezando porque la mayoría, antes de los 35 años, ni siquiera se plantean la paternidad y muchos de ellos no llegarán a ser padres.

Portada de la novela 'Els déus són els pares' (Illa Edicions).

Ahora que es Navidad, esas incomodidades son más acusadas, porque parece que todo tiene que ser alegría y armonía, pero en realidad hay ciertos resentimientos y distancias que cuesta superar, ¿no es así?
—Bien: eso es algo perfectamente asumido. Hace unos veinte años escribí un reportaje titulado La depre de Navidad, que es un síndrome universalmente reconocido por psicólogos y psiquiatras. Las estadísticas no mienten: es la época del año en que hay más suicidios. Y eso ocurre porque la gente siente una presión fortísima por estar alegre y amar a sus familiares, cuando en realidad de esta triste, se desprecia a los familiares (al menos a algunos) y tiene que ir todo el día con la máscara de la felicidad pegada a la cara. Eso cansa y deprime.

El narrador, con quien comparte generación, reconoce que, a diferencia de otras generaciones, la suya tiene una característica común: una relación complicada y ambivalente con sus genitores.
—Sí, y es estrictamente generacional. Ahora tenemos suficiente perspectiva histórica sobre el pasado y sabemos que las últimas cosas importantes que han ocurrido en el mundo ocurrieron en los años 60: la liberación sexual, los anticonceptivos, el colapso de las creencias religiosas, la exaltación de la juventud como ideal, los movimientos de liberación de minorías oprimidas –gays, negros, habitantes de las colonias–, el pacifismo y el consumismo a gran escala. Fueron cambios enormes, que los padres que crecieron en la miseria y el integrismo religioso de la postguerra no podían comprender. El auge hoy de la extrema derecha tiene mucho de nostalgia de lo que fue la sociedad de «antes de los 60». Pero aún no tenemos perspectiva para valorar la profundidad de este movimiento «contrarrevolucionario»-

Resulta interesante que el narrador se dirige al lector, a quien incluso parece leer el pensamiento, por ejemplo, cuando formula la retórica pregunta de si puede empezar un libro tan íntimo como este en China, a 10.000 kilómetros de su tierra natal… Pues parece que sí, ¿no?
—Sí, porque la conexión existe y es uno de los hilos conductores del libro. Establezco un paralelismo entre los dos granes imperios que existían en el mundo hace dos mil años: el romano y el chino. Ambos alcanzaron enormes logros y ambos están en la base de la civilización occidental y la china actuales. Y ambos tenían un punto en común: una religión que se basaba en el culto a los padres y, en general, a los antepasados.

En este juego metanarrativo se define el libro como una «bipolaridad que genera matar a los padres y darse cuenta de que, sin padres, no se es nadie». ¿Es así?
—Sí, es exactamente como dices. Podemos en ocasiones tener ganas de matarles (en sentido figurado) pero, además de imposible es contraproducente. Una vez leí una frase que decía: «El amor que nos dieron nuestros padres es el la gasolina que vamos consumiendo a lo largo de la vida». Por eso es tan importante dar amor y saber recibirlo.

Así, el narrador, un periodista de 60 años que es enviado a China para escribir sobre el ‘China Dream’, termina escribiendo este libro sobre sus padres, porque, a diferencia de Occidente, cuyas religiones actuales adoran a dioses trascendentes, la de China. ideada por Confucio, prefiere adorar a los ancestros, algo que, tal y como indica el narrador, ciertamente tiene más sentido. De ahí el título del libro: los dioses son los padres….
—Sí. Es interesante observar que Mao Zedong intentó erradicar el confucianismo para sustituirlo por el comunismo. Y uno de los métodos que utilizó, durante la Revolución Cultural de los años 60, fue fomentar que los hijos denunciaran a sus padres por «contrarrevolucionarios». Muchos lo hicieron, en nombre del comunismo. Y muchos se suicidaron en los 80, corroídos por el sentimiento de culpa. Hoy en día el líder chino Xi Jinping ha vuelto al confucianismo, porque lo considera una base cultural esencial para el desarrollo del país. El confucianismo es una especie de religión sin dios, se basa en el culto a los antepasados, a los que hay que honrar i de los que hay que ser digno. Eso implica una cultura del esfuerzo, meritocracia y la disciplina que ha permitido el despegue económico en los últimos años de todos los países que comparten una cultura confuciana: China, Taiwan, Corea del Sur, Japón o Singapur. Los romanos tenían un culto similar por lo que llamaban los dioses lares y los penates, los dioses de los antepasados. En el libro aparece el tema a partir de una escena de Gladiator (1) en que Russell Crowe (el general Máximo) coge unas pequeñas figuras que representan sus padres y les dirige una oración conmovedora. De ahí el título Els déus són els pares. Que también es un guiño a otra frase tópica: «Los Reyes (o el Papa Noel) son los padres».