Los oasis, la isla de Socotra, las ceremonias de posesión son temas recurrentes en el trabajo de Esteva, así como los mundos que desaparecen y la literatura oral. «He viajado a los mismos lugares muchas veces, con un enfoque antropológico o etnográfico», señaló el fotógrafo. A esa mirada, se suma su bagaje artístico: «la visión estética me la dieron el arte, la pintura y el cine, también los libros sobre pueblos del mundo de mi padre, donde había fotografías de tribus africanas y de árabes que me impresionaron profundamente». Y puntualizó que «eran unos libros maravillosos, aunque tenían unos pies de foto racistas, por ejemplo, hablaban de una hechicera entregándose y yo quise contar la vida de esa persona, y demostrar que, en realidad, era una doctora tradicional».
El impulso nómada de Esteva se forja en su infancia. «Quería huir de casa, escapar de ese mundo franquista y gris de mi infancia, soñaba con otros mundos y la fotografía me dio esa posibilidad», aclaró el artista, y añadió que «un verano, me hice muy amigo de un gitano y me fascinó su mundo, quería me llevasen, más tarde llegó la revolución multicultural, Bob Dylan y los Rolling Stones, la contracultura americana, junto a figuras como Allen Ginsberg y Jack Kerouac».
En cuanto al estilo fotográfico, Esteva prefiere las imágenes que invitan a una lectura múltiple. «No me gustan las que te impactan la primera vez que las miras, pero luego no dicen nada más, prefiero las más literarias, que te revelan nuevas cosas cada vez que las observas». Sus obras son profundamente autobiográficas: «En los oasis de Egipto, me hice muy amigo de un señor mayor, músico, estaba fascinado con lo que tocaba, lo que yo quería era relatar su vida cotidiana, y sólo puedes hacer esas fotos si compartes esa vida».
En un café de Tánger, a los 17 años, tuvo una especie de revelación al ver en la televisión una película egipcia. Finalmente, llegó a vivir cinco años en El Cairo, donde trabajó en Radio Cairo Internacional y como traductor para el Ministerio de Agricultura. «Estaba inmerso en un mundo fabuloso, como sacado de una lámina del fotógrafo Ortiz Echagüe, pero un día me secuestraron, me encerraron en una cárcel y pensé que acabaría en el fondo del Nilo con una piedra al cuello».
Acusado de trotskista, por su amistad con intelectuales que había conocido en los centros culturales de la ciudad, logró regresar a Barcelona, después de unas semanas entre rejas. El retorno no fue fácil. «Fue una época muy oscura, de malvivir en antros del barrio chino, el mundo que había soñado se había derrumbado, comprendí que la libertad se puede perder en un día, en un momento», recordó.
Un atentado de ETA en el paseo Colón de Barcelona, en el que murió un militar de guardia, le hizo reaccionar. Pepe Ribas le propuso relanzar Ajo Blanco, donde ejerció de redactor jefe. «Al cabo de seis o siete años, volví a salir al mundo, ya no era la persona de El impulso nómada, con la necesidad de huir, buscaba los sueños y viajé al mundo olvidado».
Esteva concluyó que «es muy emocionante estar en Llucmajor porque Toni [Catany] y yo éramos amigos, han pasado muchas cosas, estar aquí, en la que era su casa y ahora es la sede de su fundación, significa mucho», y asumió que «creo que todos llevamos algo dentro, y dotarnos de las herramientas para expresarlo y compartirlo es algo fantástico».
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