Foto de familia a la entrada de Casa Planas con todos los escritores participantes en el encuentro. | M. À. Cañellas

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Con la llegada del buen tiempo –algo que, al menos para la mayoría, significa cielos despejados y ausencia de precipitaciones–, los mallorquines sabemos que llega otro tipo de goteo borrascoso: en forma de hordas de turistas. Cada vez más la temporada deja de ser temporal y está mutando en una hoja perenne que copa todas las casillas del calendario. Así las cosas, el turismo y, especialmente la masificación, se ha convertido en un debate ineludible para todos los ciudadanos en casi todos los ámbitos de la vida. Y esto incluye, claro, la creación artística.

Decía Ortega y Gasset que uno no puede no ser más que sí mismo y su circunstancia y, por ello, este año el tradicional encuentro con los autores de la Isla que organiza Ultima Hora de cara a Sant Jordi, que se celebra este martes 23 de abril, se llevó a cabo en Casa Planas bajo un eje temático de actualidad y que afecta a cualquiera que viva bajo su paraguas: la escritura en un contexto de masificación turística.

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Foto detalle de algunos muñecos que están en Casa Planas.

Y es que si hay un lugar que permite hacer un seguimiento de la Mallorca pre- y turística es este centro palmesano que alberga el archivo del fotógrafo Josep Planas i Montanyà. La cámara del catalán –nació en Cardona, Barcelona, en 1924, pero echó raíces en la Isla con el servicio militar en 1945– captó el desarrollo turístico y social en las décadas de los 50 a los 70, cuando España asistía al nacimiento del turismo de masas, aunque todavía no lo sabía. Su nieta, la artista Marina Planas, abrió las puertas de Casa Planas como centro de investigación y creación en abril de 2015. Desde entonces, el espacio acoge a creadores, estudiosos y, hace unos años, también algunos conciertos, además de organizar visitas guiadas a los interesados.

Investigación

De hecho, actualmente tienen en marcha el proyecto Costa en el que invitan a profesionales de disciplinas variadas a bucear y explorar en el archivo y contextualizarlo en una clave reflexiva y crítica. Una manera de abrir los tesoros que se esconden en los millones de elementos que alberga Casa Planas al pensamiento actual, a la realidad campante de la Isla hoy en día.

Y es que sus almacenes están a rebosar de archivadores, fotografías, negativos, diapositivas y transparencias –unas 2.300.000 aproximadamente–, otros dos millones de imágenes de hojas de contactos, más de 18.000 postales impresas y unas 2.000 cámaras de marcas y modelos diferentes que Planas i Montanyà usó y coleccionó. Un auténtico refugio que no solo permite asomarse a una Mallorca que ya no existe, sino también ver el proceso de esos cambios, ser testigos de cómo, pedazo a pedazo, la geografía, las costumbres y la forma de vida misma se transformaban con cada nueva –y cada vez de mayor envergadura– oleada de turistas que llegaban a la Isla.

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Un instante de la visita en Casa Planas ofrecida a los escritores.

Todos estos objetos y materiales fueron admirados por las curiosas y atentas miradas de la veintena de escritores, muchos de los cuales recuerdan la furgoneta de Casa Planas paseándose por Ciutat o incluso el helicóptero. Begoña Márquez, que ofreció una de las rutas por las instancias del centro, afirmó en este sentido que fue el primero en tener una aeronave privada de este tipo en Balears. «Lo veíamos pasar en los 60 por s’Arenal, ahora conocido como s’Orinal», bromeó Bartomeu Mestre ‘Balutxo’.

Las fotografías que muestran la transformación radical de espacios como el Port de Sóller, el Marítim de Palma o el Port d’Andratx, entre otros, son de las que más llaman la atención de los autores en la visita por el archivo, además de las postales y otros elementos turísticos, evocados con nostalgia por los veteranos y considerados ciencia ficción por los más jóvenes. «Qué suerte haberlo visto», comentaba Bárbara Gil en referencia a estos lugares hoy desaparecidos. La bilbaína afincada en Mallorca contó que su última novela, La leyenda del volcán, se ambienta en Costa Rica, donde viajó durante la pandemia: «La gente de allí sentía mucha curiosidad por una extranjera como yo, que quería escribir una historia que no tuviera nada que ver con la publicidad». En este sentido, muchos hicieron referencia a que Planas i Montanyà ya practicó el moderno Photoshop, puesto que aplicaba ciertos retoques para que los cielos fueran más azules, eliminando las nubes.

«Si te inspiras en la realidad no puedes no escribir sobre el turismo», coinciden contundentemente Àngels Cardona y Dora Muñoz al reflexionar sobre si les afecta de alguna manera el contexto como escritoras. Rosa Planas, que firma cada sábado en esta sección El rellotge d’arena, se mostraba escandalizada por las estampas del Magaluf antes del balconing:«Prefiero no mirar», exclamaba.De hecho, otro aseguraba que, en los 50, Magaluf era la auténtica joya de la corona de la Isla, para sorpresa de los más jóvenes del encuentro. «Esto es arqueología del turismo», afirmaba Lluís Maicas. De hecho, el poeta y compositor Llorenç Romera ha puesto banda sonora al Magaluf de excesos en la canción Magaluf Summertime de Salvatge Cor, grupo que lidera.

Piscinas

Y, hablando de piscinas, Marina de Cabo, ganadora del último Premi Ciutat de Poesia por Deixar de fer peu, se interesó por comprar dos postales con piscinas. «Esto era la antigua piscina del famoso Hotel del Mediterráneo del Marítimo y esta otra es de Eivissa», explicaba ilusionada. «Cuando era joven podía ir a trabajar nadando, no había casas, nadie me molestaba, pero ahora todo son construcciones», se quejaba Joan Guasp con su particular sentido del humor.

Lugares que duele mirar hoy por lo que fueron y por cómo están hasta el punto de que hubo quien destacó que llevaba «más de 30 años» sin ir a zonas como el Port d’Andratx, Magaluf o Deià por no sentirse capaz de observar la metamorfosis del sitio. «Parece otro mundo», denuncia Pere Joan Martorell. «Ahora jóvenes y guiris se juntan para ir a ver la puesta de sol en Son Marroig, como si fuera una ceremonia hippie», agrega Miquel Àngel Llauger, a la vez que avisa que «en los 90 los turistas parecían aliens, pero ya había bastante saturación».

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Los escritores observan un fotolibro con instantáneas tomadas por el propio Josep Planas i Montanyà.

«Toda la creación acaba representando de una manera u otra la masificación», así como sus consecuencias, destacaba el investigador y profesor universitario Guillem Colom, quien recientemente participó precisamente en el proyecto Costa. Para él, el de «trauma» es uno de los conceptos que mejor encajan a la hora de abordar las huellas y el impacto del turismo en territorios como el balear. «Estar décadas sin ir a un sitio por ese miedo es una gran herida», reconocían algunos, a lo que incluso añadían el apelativo de «trauma cultural» debido a lo que denominaron «invasión lingüística».

De hecho, en el petit comité que se formó entre algunos de los autores tras la visita a Casa Planas, el debate se calentó tanto como lo hace Mallorca en agosto y describieron la santísima trinidad isleña en peligro: «Paisaje, lengua y cultura van juntos» y el «destrozo en ellos es inexorable». Los resultados de toda esta realidad, tal y como comentaron, genera lo que algunos llaman ‘solastalgia’, acuñada por Glenn Albrecht y que define los trastornos psicológicos de una población ante los cambios destructivos en su territorio y que Colom apuntilló al adaptarlo a la Isla como «nostalgia de un lugar sin irse del mismo».

Las sensaciones hacia el futuro, como puede entreverse, no fueron muy halagüeñas: «La gente acabará por irse, los jóvenes no pueden vivir aquí, hay barrios como el de Santa Catalina que ha pasado de ser obrero a estar muy degradado y se ha generado una ruptura de clase» entre aquellos que «heredan una vivienda» y prácticamente el resto que no pueden pagar ni un alquiler, destacaban entre Cardona, Muñoz, Lluís Servera y Colom.

Gemma Marchena, por ejemplo, también opinó en esta línea al destacar que la «saturación le preocupa» y que le hace «prever una salida de la Isla» que estaría a las puertas de un «recambio demográfico» en el que «el mallorquín volverá a emigrar», ya que «la siguiente generación no tiene sitio aquí y estas inquietudes se reflejarán en la literatura mallorquina». Vidal Ferrando, por su parte, comentó que en su «calle [Santanyí] venden un solar abandonado por 600.000 euros. Es espectacular lo que está ocurriendo», lamentó alarmado el ganador del último Premi Jaume Fuster de la Associació d’Escriptors en Llengua Catalana.

Sin querer sonar demasiado apocalípticos, es cierto que parecen sonar las trompetas del fin de un mundo tal y como se lo conocía y estas suenan misteriosamente similares a las bocinas de los cruceros. La narrativa lo refleja y los escritores hablan de ello porque no se puede no hacerlo. El epílogo de esta historia, sin embargo, está todavía por relatarse y todavía quedan páginas en blanco.