Rossy de Palma, caracterizada como una singular novia. | Teatro Real

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Con cariño y gran complicidad se ha celebrado este domingo el pequeño debut de la mallorquina Rossy de Palma en el Teatro Real como parte de un programa triple en torno, paradójicamente, a la agonía por el desamor, con 'La voz humana' de Francisc Poulenc y 'La espera' de Arnold Schönberg como títulos principales.

Tilda Swinton, Pedro Almodóvar y Plácido Domingo, entre un buen puñado de compañeros de la profesión artística de la actriz, han arropado con su presencia este estreno atípico, que ha sido aplaudido por el público y es fruto de una nueva coproducción del teatro madrileño junto al Teatr Wielki de Varsovia.

Antonio Carmona, Bibiana Fernández, Loles León, Hiba Abouk, Mabel Lozano, Carmen Posadas... Un patio de butacas más colorido que de costumbre ha dado cuenta de la singularidad de esta cita, que tampoco han querido perderse personalidades políticas e institucionales como el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, o el director de la Biblioteca Nacional, Óscar Arroyo.

Más allá de la anécdota, el Real ha vuelto a apostar fuerte con esta producción al explorar más allá de los títulos que convocan público sin esfuerzo (un 89 % se ha sumado esta noche al estreno según cifras de la organización), y al unir dos piezas de diverso lenguaje musical, pero similar temática, pues da voz a dos mujeres ante el abismo del final del amor.

Soñó Christof Loy, el director de escena, que una de ellas tenía el rostro de Rossy de Palma. Al final la convirtió en testigo mudo del tobogán de emociones que transita la soprano Ermonela Jaho en 'La voz humana' y le brindó asimismo el espacio para escribir e interpretar su propio monólogo como bisagra entre ambas historias, llamado 'Silencio'.

«Igual deberíamos amar más que querer», ha reflexionado a viva voz la actriz, caracterizada como una novia de larguísima cola, primero errante y desesperada, luego cómica, intercalando diversos idiomas y esbozos de canciones románticas, hasta llegar a la conclusión que da una lectura actual a las dos obras principales, escritas a principios del siglo XX: buena parte del torrente que suscita el amor debería estar enfocado a nosotros mismos en primer lugar.

No ha sido el tipo de narración que acostumbra a verse en un espacio más dado a la densidad intelectual y la exigencia vocal, pero la desenvoltura de Rossy de Palma, que ha ayudado a desengrasar la intensidad de las piezas previa y posterior, ha encontrado un buen número de cómplices que no han dado eco a la única voz que se ha atrevido a gritar en alto: «¿Pero de verdad les ha gustado esto?».

Para realzar el nexo emocional entre las historias, Loy ha apostado por un mismo escenario, el de un enorme piso de proporciones de loft neoyorquino, pero con retoques entre unas y otras para subrayar el transcurso del tiempo.

En 'La voz humana', que nunca antes había sido representada en el Real, un piso de un blanco inmaculado y en plena mudanza acoge el sufrimiento de Ermonela Jaho en su última conversación con su amado, cuando el cable telefónico es el único hilo que los une a a ambos, antes de tomar una fatal decisión.

La soprano albanesa, que ya obtuvo grandes críticas en su papel en la última representación de 'La Bohème' de Giacomo Puccini, sobre todo a la hora de morir en escena, ha vuelto a mostrar sus aptitudes interpretativas en papeles de lenta agonía y el público ha aplaudido con decisión su desempeño.

Misma reacción se ha tenido con la intensa actuación de la sueca Malin Byström en 'La espera', escenificado como un desvelo en una noche sofocante en la que la protagonista viene a descubrir el cadáver (figurado o no) del que fuera su compañero sentimental tras una relación marcada por la inseguridad y/o la infidelidad.

Como las actrices, todo el equipo encargado de la parte visual y narrativa ha recibido el beneplácito de los asistentes, al igual que Jérémie Rhorer al frente a la Orquesta del Teatro Real, que ha engarzado dos obras de diversos estilos, el de Poulenc más realista, más expresionista la pieza de Schönberg.