Hombres G, en plena actuación en Son Fusteret, este domingo. | Miquel Àngel Cañellas

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Hombres G ha tomado este domingo el escenario de Son Fusteret con una energía contagiosa. Lúcidos, comunicativos y tan joviales como aquel 1985 que los encumbró al ritmo pegadizo de Venezia. Voy a pasármelo bien ha sido el tema que ha abierto la noche. Nos aguardaba un repertorio cargado con una veintena larga de hits, que David Summers desgranó sin respiro ni racaneo, seduciendo hasta a su sombra. A sus 59 años, el madrileño conserva intacto su magnetismo. En ningún momento desfalleció el aliento del público, pretorianos entusiastas dispuestos a invadir las Galias si su ídolo lo pidiera. Tal es el poder de los polvos pica-pica que suministran Hombres G.

Debo confesar que durante buena parte de mi infancia, Hombres G era lo primero que veía cada mañana al despertarme. Colgados de la pared, con esa pose chulesca de casa buena. También era lo primero con lo que me topaba al llegar a clase. En aquella época, David Summers y los suyos monopolizaban las carpetas escolares. Déjenme añadir que, a estas alturas de la vida, no es fácil embriagarse de emoción. Y pocos conciertos, pocos artistas, logran arrancarle a uno una sonrisa. La lista es corta y contradictoria, como la vida misma. Pero en ella figura la banda que cantaba «voy a vengarme de ese marica, voy a llenarle el cuello con polvos pica-pica».

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Momento de la actuación de Hombres G, este domingo en Palma. Foto: Miquel Àngel Cañellas

Una letra que hoy hiere sensibilidades. Los más jóvenes ignoran que en los ochenta era una forma coloquial e, incluso, amistosa de dirigirse a tus propios colegas. Por supuesto, actualmente es una expresión denostada, rancia y apolillada. De eso no cabe duda y estamos todos de acuerdo, pero: ¿qué hacemos?, ¿cambiamos la letra de la canción y con ella su métrica? Venga hombre, ya está bien de tanta absurda corrección política.

Mientras escribo me invade una ligera tiritona. No es el frío quien la provoca. Quizá sean todas esas carpetas ‘customizadas’, la responsabilidad que siento hacia mis antiguas compañeras, ‘tías’–-con perdón, pero ellas odiarán que las tratara de usted– que a sus 40 y tantos años siguen llevando marcapasos.

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Desde el principio se ha visto que David Summers no tendría que forzar las cuerdas vocales, el público lo haría por él. Sonaron Una mujer de bandera, Nassau, Sufre mamón, Indiana, en fin, la lista de hits es más larga que la deuda nacional argentina. Y sonaron estupendamente bien, como si el paso del tiempo no fuese con ellas, como si su pop desenfadado tuviera la facultad de hacer milagros y detener las manecillas del reloj. Pero también hay que decir que Dani, Rafa, Javi y David se han transformado en sólidos músicos, cuyo buen hacer dota de mayor empaque al repertorio.

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Público entregado a la música de los Hombres G. Foto: Miquel Àngel Cañellas

Cuarenta años después de transitar los terrenos más comerciales del pop, este cuarteto bendecido con el ‘toque Midas’ concitó a 18.000 espectadores, entre los que se contaban nostálgicos cuarentones, pero también veinteañeros cuya sola presencia explica la dimensión del fenómeno Hombres G. Alimentado por su frescura melódica y esas letras entre lo ingenuo y lo canalla, entre lo cándido y lo lúbrico. Los madrileños siguen dominando el arte de la canción, puede que no con elaborados arpegios de guitarra, pero sí con un generoso derroche de sudor y músculo, concebido desde esa misma intrascendencia que un día les hizo ser la banda más rompedora del pop español.

Fresco

Madurado con el paso del tiempo, su pop & roll sigue fresco, tenso cuando entonaban una de sus baladas de rompe y rasga (Si no te tengo a ti, Un par de palabras, Te quiero, La carretera), temas-karaoke que evidencian su comunión con el público. Compenetrados y felices, Rafa y Dani entablaban un divertido diálogo de guitarras, riffs sencillos, aunque efectivos, en los que pesa tanto la herencia de la new wave británica como el pop de ambientación juvenil. Se desenvolvían sin esfuerzo, mientras la voz de David sonaba con la misma ingenuidad y chulería que en sus principios. En la sección rítmica, Javi sacaba el máximo partido a su batería, imprimiendo mayor tensión en los estribillos.

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David Summers, dándolo todo sobre el escenario. Foto: Miquel Àngel Cañellas

Con su buenrollismo, tan necesario en estos azarosos días, y su autenticidad a pie de acera, se han ganado a un público que convierte sus conciertos en un enjambre de brazos. Al vuelo de unos himnos más atemporales que la coca-cola, porque hablan de temas universales que a todos nos han convulsionado: ardores amorosos, amistades inquebrantables, pérdidas supurantes y demás traumas de aquella época que es el peor-mejor de los tiempos. ¿Cómo no sentir simpatía por ellos?, gente que uno imagina charlando con los tenderos y cediendo el asiento en el bus; gente que no va al gimnasio ni rechaza una ración de birras con bravas, y sí, son madridistas, pero nadie es perfecto.

Así transcurrió un concierto que fue, más bien, un réquiem por los viejos tiempos protagonizado por cuatro tipos que ya no sacrifican la técnica en beneficio de la espontaneidad. Cuatro tipos con bemoles para plantarse a finales de los 80 en la Monumental de Barcelona y lograr que todo el recinto entonara jubiloso Madrid, Madrid, su oda a la ciudad que les vio nacer. Lo sé, estuve allí.